miércoles, 28 de septiembre de 2011

La colega tatuada

La colega tatuada,  Margherita Oggero

La protagonista y narradora de esta historia es una irónica y brillante profesora de literatura recién llegada a los cuarenta, culta y curiosa, apasionada de los enigmas, y en ocasiones un poco irritable y cascarrabias, que se regodea en cierta añoranza depresiva con una copa de Punt e Mes en la mano.

Pero esa vida rutinaria y aburrida de la que se queja da un vuelvo el día en que aparece el cadáver de su fascinante y detestada -por guapa, rubia, rica, alta, elegante y snob- compañera de claustro, Bianca De Lenchantin, momento en el que nuestra protagonista decide poner su inteligencia y obstinación al servicio de la investigación policial y la narración se convierte en una endiablada comedia en la que la caracterización de los personajes y la descripción de los ambientes refinados de Turín se perfilan como auténticos protagonistas de una novela policíaca al más puro estilo clásico.

Inusual, muy, muy inusual novela policíaca que me ha encantado de principio a fin precisamente por eso, por lo insólita que es. Lo de menos (y eso que es interesante) es el crimen en sí (hablo desde un punto de vista subjetivo, claro está, pues no pretendo un análisis neutro y desapasionado de la novela). Lo más curioso, lo más atrayente, lo increíblemente extraordinario de esta novela es la protagonista y cómo la autora hace de ella una voz que llega a restarle protagonismo al mismísimo narrador. Margherita Oggero utiliza de forma magistral la corriente o flujo de conciencia y la inserta de forma tan increíblemente apropiada, que el lector llega en ocasiones a no saber quién está hablando, si el narrador o la mente de la protagonista.

Por otra parte, las escenas domésticas así como las vividas en el instituto por esta profesora están realmente logradas, lo cual, al menos en este último aspecto, es bastante comprensible si se tiene en cuenta que la autora ha sido profesora durante largo tiempo. Pero, además, al mismo tiempo están cargadas de una causticidad y afilada ironía que mueve a la risa, inesperada e incontenible, en muchas ocasiones a lo largo de la novela. Yo misma me he encontrado en la situación de estar leyendo la novela en una sala de espera del médico y, de repente, sin previo aviso, sin que en las líneas anteriores hubiera atisbado la más mínima pista de que se aproximaba una escena o un comentario digno de carcajada, me he sorprendido riendo de forma inopinada, sin que haya podido detener la risa hasta ser consciente yo misma de ella y de las miradas risueñas del resto de pacientes.  

Luego, además, está Gaetano, el inspector... que toda mujer sueña tener en su vida. Pero eso me lo quedo para mí.

Según leo en la solapa, Margherita Oggero nació en Turín, ciudad en la que vive. Tras numerosos años ejerciendo la docencia, llegó al mundo de la narrativa con La colega tatuada, el primero de los casos protagonizados por la misma profesora-investigadora, personaje en el que se basa la exitosa serie televisiva italiana Provaci ancora prof, de próxima emisión en España.

Compré esta novela en una feria del libro este verano por pura casualidad. Me topé con ella y me llamó la atención el personaje principal: una profesora de instituto que se ve inmersa en la investigación policíaca de un crimen. Por suerte, es el primero de los títulos, según se cuenta en la solapa, y podré continuar la lectura de estas novelas en el orden adecuado porque, desde luego, repetiré.

domingo, 25 de septiembre de 2011

¡Vaya max-mix... otoñal!

¡Vaya max-mix... otoñal!

Dice Alawen en su Otoño. Otra vez...: me gustaría echar a andar, con un propósito o sin él, qué más da...  Chesterton, sin embargo, no parece opinar igual en lo que a caminar sin proyecto se refiere:

En el vagón mal iluminado un hombre había  estado hablándome de la débil estructura de la Catedral de San Pablo. Disertaba con un osado y flamante espíritu científico, y supongo que me quedé dormido. En todo caso, cuando me desperté en la estación de Blackfriars vi que estaba solo, tenía más frío de lo habitual, y la estación estaba más oscura que de costumbre. Salté a la mal iluminada plataforma, no obstante, y la crucé precipitadamente, con la premura de la rutina, en dirección a la salida donde estaba el empleado que recogía los billetes. Sin embargo, no iba vestido como un empleado del ferrocarril. Por alguna razón (posiblemente el frío, me dije a mí mismo) iba cubierto de pies a cabeza con una cogulla, como las que vestían siglos atrás los frailes de los que tomó el nombre la plaza. Y en vez de cogerme el billete me dijo únicamente:
-No suba la escalera.
Lo miré con un presentimiento vago, y a continuación miré a mi alrededor igualmente dubitativo. Me pareció que en las sombras había otras figuras de monjes, y que el lugar era como un monasterio, con las luces apagadas.
-No suba la escalera -dijo el encapuchado-. No le va a gustar lo que está ocurriendo ahí. Un hombre como usted haría infinitamente mejor quedándose con nosotros.
-¿Me está proponiendo con toda tranquilidad -le pregunté- que me quede en el Metro para siempre?
-Sí, en el Metro -respondió-. Los de la Iglesia primitiva permanecimos en el Metro, en las Catacumbas. Porque no estaba bien que un hombre bueno viera lo que hacía a la luz del día.
-¿Qué hay fuera? -pregunté. ¿Una matanza?
-¡Quisiera Dios -contestó- que sólo fuera eso!
-¡Voy a subir! -exclamé-. De todas maneras hay aire libre.
-Piénselo bien -insistió con singular calma-. Nos guardamos con muros, nos vestimos con sayales. Pero llevamos dentro nuestra risa y nuestra liviandad. Pero los nuevos filósofos están rodeados por todas partes de diversión, y llevan la desesperación en sus corazones.
-Voy a subir -exclamé, y crucé por delante de él y corrí escaleras arriba. 
[...]
Crucé la calle a grandes zancadas, doblé un par de esquinas y me detuve ante la Catedral de San Pablo. Se alzaba fría y colosal en la noche desierta, como un templo perdido de algún planeta deshabitado. Sólo cuando llevaba un rato mirando vi la figura ridícula de un joven de pie con las piernas separadas en lo alto de la escalinata, como si la catedral fuese suya.
En cuanto empecé a subir me amenazó violentamente y gritó:
-¡Tienes un nuevo proyecto?
[...]
-Hemos limpiado las calles de Londres -explicó- de todo el que carece de un proyecto.
 Fragmento tomado de Una pesadilla


Curiosos barrenderos estos que se cepillan a quien anda por ahí sin propósito alguno. Guárdate, Alawen, de ellos y cuida de buscarte un empeño deprisa, cualquiera que sea.

En todo caso, la Arquera tiene razón:  comienza el otoño...

La tierra me llama, no tengo ya dudas sobre ello. Pero me resisto a escuchar los seductores cantos de sirena con que intenta engatusarme. Miro el horizonte y lo encuentro aún tan distante, que no puedo sino interpretar su lejano emplazamiento como la disculpa preciosa con la que volver sordos mis oídos al obsequioso ruego que utiliza, astuta y maliciosa, en busca de una cita que rehuso aceptar. 

Fija la vista en aquellos espacios remotos que se adivinan neblinosos tras el confín, me inclino por darle la espalda a la Muerte, gesto vigoroso que, pese a su robusta resistencia, no puede evitar el leve esbozo en mis labios de una melancólica sonrisa, puerta tras la que se enmascara la absoluta conciencia del que se sabe inconcluso mientras no avance el paso postrero y alcance con él, al fin, la finitud inherente a nuestra naturaleza.  

Rebullo la cabeza de un lado a otro, como si pudiera de esa inerme forma espantar mi propio pensamiento, e hinco con fiero vigor y nervio decidido la cachava en el polvo del camino, tal cual hiciera aquél que tropieza y pretende con ello evitar una mala caída, sin poder evitar, no obstante la torva mirada con que lo acompaño, lamentarme entre dientes por la futilidad de mis tanteos, pretendidamente elusivos,   y notar cómo la realidad enerva mis músculos, hasta volver al cayado la única pierna capaz de sostenerme, y ataranta mis sentidos, que ahílanse como se agosta la mies en el tórrido verano.  

Gemebundo, acometo con desconsuelo el descenso de la varga que ha de dejar a mis espaldas aquel remoto horizonte, espejismo de mis delirios y esperanzas, y con cada paso siento que me aproximo de forma inexorable a las entrañas de la tierra, desde donde ya me llega el chapaleo con que Caronte remueve el agua de la Estigia, en cuyas exánimes aguas retozan los híspidos cuerpos de los que me precedieron en este tránsito acerbo.

Diez son las palabras tomadas al azar con que me había propuesto realizar hoy mi ejercicio literario: cachava, torvo, enervar, atarantar, ahilarse, gemebundo, varga, chapaleo, híspido y acerbo.  Y como podéis comprobar, amigos, tal como en casa de Alawen, también a ésta parece haber llegado el otoño; sólo que yo para qué me voy a andar con alegrías. ¡Quia!, venga aquí la muerte otoñal que glosaban los clásicos.

Podría aprender de otros que acostumbran a deleitar su vista, incluso en lo que se refiere a las escenas otoñales, con imágenes más... amenas (Lo siento, mi condición femenina me impide utilizar otro adjetivo que no sea ése).

¿Para cuándo, Alawen, para cuándo nuestro Charlton?  ;-)

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Añadido posterior para mostraros, amigos, cómo siempre hay dos formas de decir lo mismo o cómo, según dicen los matemáticos, el orden de factores no altera el producto:

Una forma.

Otra forma.

¡Si es que... algunos ya no saben qué inventar para mantenerme ocupada!  Hala..., venga a mandarme de un enlace a otro, y venga, y venga...

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Meccano

Frank Hornby
Meccano

Si hace unos días alguien me hubiera hablado de un tal Frank Hornby, no hubiera podido decir sino que no tenía el placer de conocerlo. Hoy ya no es así y sé muy bien quién es: ni más ni menos que el creador del maravilloso juego del Meccano. Supe de él al investigar para escribir esta entrada y es hora de que en Finis Terrae se le dedique un pequeño espacio a este entretenidísimo juego que tantas y tantas tardes de lluvia nos mantuvo pegados a la mesa camilla, construyendo fantasías y acrecentando nuestra imaginación, inventiva y creatividad.

Frank Hornby nació en Liverpool el 15 de mayo de 1863. Hornby abandonó la escuela a los 16 años y comenzó a trabajar en el negocio familiar al que hubo de renunciar, sin embargo, cuando, tras la muerte de su padre, el negocio cerró. Se empleó entonces en una empresa de importación de carne, de modo que nada hacía presagiar en aquel momento que este modesto empleado de una empresa cárnica y  sin demasiados estudios se convertiría en el promotor de una de las mayores empresas jugueteras del mundo. 

Patente del MME en 1901
Su afición a la construcción de juguetes para sus propios hijos fue la causa que dio origen a un juguete que hoy es conocido en todo el mundo. En 1901 registró la primera patente del juego al que entonces llamó Mechanics Made Easy (MME) y, para comercializarlo, se asoció con su propio jefe en la industria cárnica para la que trabajaba, Elliott, dando lugar con ello a la compañía Elliott & Hornby que distribuiría el juguete (registrado ya con el nombre de Meccano en 1907)  hasta que, en 1908, Hornby compra sus acciones a Elliott, se asocia con otros importantes empresarios de Liverpool y funda con ellos la empresa Meccano Ltd., que comenzará a expandirse sin descanso, haciéndolo incluso durante la Primera Guerra Mundial, período en el que, mientras  otras fábricas hubieron de dedicarse a la producción de material bélico, Meccano Ltd. continuó construyendo juguetes.

En 1916, dado el gran éxito del juguete, la empresa comenzó a publicar la Meccano Magazine, que sobrevivió (aunque a partir de 1963 lo hará en manos de otros editores) hasta 1981, convirtiéndose en una de las revistas de mayor tirada del siglo XX. Mientras tanto, Frank Hornby continuó al frente de la empresa, que amplió horizontes con la fabricación de trenes de hojalata y años después con la de miniaturas contruidas en molde con metal fundido, cambiando con ello el latón imperante hasta entonces en esos juguetes, y dando lugar a la marca Modelled Miniatures, que con el tiempo acabaría por adoptar el nombre de Dinky Toys.

Durante la Segunda Guerra Mundial, a diferencia de lo que ocurrió en la Primera, la producción de meccanos se interrumpió, pues en esta ocasión la fábrica sí se vio obligada a dedicar su potencial manufacturero a la elaboración de material bélico, pero tal hecho no lo viviría su fundador, que halló la muerte a causa de una dolencia cardíaca el 21 de septiembre de 1936. Se cumple hoy, pues, el septuagésimo quinto aniversario de su muerte. 

Descanse en paz Frank Hornby con el agradecimiento de millones de niños y adultos que de tan buenos ratos hemos disfrutado gracias a él.



domingo, 18 de septiembre de 2011

Una novedad... (también) con humor

Una novedad... (también) con humor

Hace unos ¡24 días!, leí una anotación sobre los vuelos y la historia en el diario de Posodo (aquél que fue gran amigo de este blog y que perdió tal condición por apoyar la moción interpuesta por Bate para que no comiera ¡una galletita!), hoy condenado al BBB (ahí abajo, a la derecha). 

Me dio aquella anotación la idea para una nueva etiqueta en Finis Terrae: Juguetes. Porque, sí, amigos (hoy reducido el grupo en una unidad -y como otros continúen por la misma senda nenil, serán dos las unidades, o tres si he de verme obligada a incluir a aquéllos que cuidan tanto de mi línea, que elevan mociones para que no pueda comer galletitas), pero decía que, sí, amigos, me gustan los juguetes. Por ello os traigo aquí la foto de un par de ellos, reproducciones en latón de juguetes antiguos: 




Y como me gustan tanto, me apena sobremanera el hecho de que haya coleccionistas que, interesados en un modelo concreto, no puedan conseguirlo por razones variadas. Cómo es la vida, ¿verdad, amigos? Unos no tienen ningún Plus Ultra...

Y otros tenemos...


¡dos!

sábado, 17 de septiembre de 2011

Feliz cumpleaños...

¡¡¡Feliz cumpleaños...

...a quien corresponda!!! ;-)

Y un brindis que hemos hecho esta tarde en su honor:

¡Felicidades, señor Aquiencorresponda!

Ufff, de la que te has librado. He estado a punto de comprarte un regalito... que plásticamente te encantaría y que además era de lo más bailarín, pero al final me he contenido porque soy tan, tan, tan buena...

jueves, 15 de septiembre de 2011

Bebedores de té

Bebedores de té

Me van a perdonar los lectores de Finis, en especial aquéllos dados a la infusión de que hoy tratamos, pero está ya demostrado científicamente que los bebedores de té son unos snobs. Y entre ellos, los que se llevan la palma, naturalmente, son los hijos de la Pérfida Albión... 

Empecemos, pues, por los ingleses..., sí, ésos que, pese a su porte adusto y su flema británica, se expresan de modo extrañamente cariñoso cuando hablan de la tisana: Would you like a lovely cup of tea, dear? ¿? ¿Lovely? ¿Lovely? ¿Pero es que puede una taza de té ser lovely? Sí, sí, sí..., ya sé que lovely referido a comidas no se puede tomar como encantador, que es lo primero que pensamos los que no sabemos inglés. Pero aun así..., aun así... Veamos qué tal sonaría esa frase en español cambiándola por nuestro indispensable café. Llegas a mi casa, amigo de Finis Terrae, y te recibo así:
-¿Te gustaría tomar una buenísima taza de café, querido?
-Oh, sí -contestas tú-. Realmente me encantaría. El café es tan... riquísimo.

¡Venga ya, hombre! ¿Cuántas centésimas de segundo tardarías en abrir los ojos como platos y mirarme con el asombro colgándote de las pestañas después de oírme hablar así? Y..., por otra parte, ¿se te ocurriría alguna vez contestar con la frasecita que he puesto en tus labios ahí arriba, en el trocito de ficción ideado a modo de ejemplo? ¡Claro que no! ¡De ninguna manera! Tú eres un tipo normal. Pero sigamos con el asunto del té...

Las manías teíticas no aluden sólo a tesis verbales, si bien..., diseccionado desde el punto de vista semántico, lo cierto es que el asunto aún tiene cierta relación con la cuestión oral, pero escorada ésta hacia una acepción diferente de lo que se entiende por verbal. No, no creáis que me gusta rizar el rizo en esto de la oratoria. Me estoy refiriendo, naturalmente, a su delicado gusto por los sabores... 
-Have you flavoured my tea with lemon, dear?. 
-No..., I've flavoured it with cardamon... 
¿Cardamomo? ¿Pero qué demonios es eso? ¿De verdad es comestible? ¿De  verdad, de verdad? No acabo de creérmelo. Con ese nombre me suena más a veneno de Agatha Christie que a especia con que regalar el paladar mediante la ingestión de una lovely cup of tea. Pero, vamos, la devota lady que pretende agasajar a su dear husband, podría haberle flavoured el tea con cualquier otra fruta, hierba, flor o especia. La cuestión es que suene rarito: ¿qué tal un té con esencia de bergamota? De verdad que...

Luego están las precisas instrucciones que hay que seguir para hacer una... nice cup of tea (porque sí, amigos, la cup of tea también puede ser nice), a las cuales no escapó ni el mismísimo Orwell, para quien son necesarios no menos de once pasos. ¡Manda cups of tea!, ¿eh?, once pasos imprescindibles para hacerse un té. Lo dicho: snobs, snobs, snobs.

Aunque es justo admitir que racistas no son: tienen té verde, rojo, azul, blanco, amarillo... e incluso negro (con lo feo que está llamarlo así, ¿verdad?. ¿No sería de mejor gusto llamarlo té de color?). Sin embargo, y a pesar de su falta de escrúpulos con respecto a la raza de té, continúan mostrándose sumamente raritos en cuanto a las horas, porque no cualquier té vale para cualquier momento del día, amigos... No, no, ¡qué va! Los bebedores de té tienen su Breakfast tea y su Five o'clock tea puesto  que, como todo el mundo sabe, dependiendo de la hora las papilas gustativas reciben las sensaciones de una forma u otra.

Eso sí, pese a que jamás he podido deglutir el brebaje del que hoy hablamos, hay una cosa que debo concederles: saben muy bien cómo acompañarlo (será, digo yo, para disimular su sabor): pastas, pastelillos, bizcochos, hojaldres, tartaletas, tartas, dulces y golosinas de variados colores, texturas y gustos. Aunque, desde luego, y pese a quien pese (percibo desde aquí los gritos indignados de los británicos al oírme hablar tan jactanciosamente),  ninguno de ellos como los muffins que he cocinado hoy...


¡Ssssruluuuup!

lunes, 12 de septiembre de 2011

Bono-Sonrisa Semanal

Bono-Sonrisa Semanal

And the winner is... el señor Aquiencorresponda

Lunes

Martes

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado

Y el domingo... Venga, el domingo una niña mona:

niñamona

domingo, 11 de septiembre de 2011

Un crimen en Buckingham Palace

Un crimen en Buckingham Palace   (Anne Perry)

Novela en la que el famoso personaje ideado por la mente de Anne Perry, Thomas Pitt, tendrá que descubrir al culpable de haber asesinado a una prostituta en el mismísimo palacio de Buckingham, después de que ésta hubiera acudido para entretener la sobremesa del Príncipe de Gales y algunos importantes hombres de negocios, que pretenden conseguir el apoyo de Su Alteza para construir un ferrocarril que recorra, de norte a sur, el continente africano, desde Ciudad del Cabo hasta el Cairo [de sur a norte, en este caso ;-)].

Para ello, Pitt no contará en esta ocasión con la ayuda de su esposa Charlotte, pero sí, en cambio, con la de Gracie, su criada, a quien introducirá de incógnito en el Palacio.

Interesante historia, extraordinariamente ambientada en la Inglaterra Victoriana, ágil, bien contada y con la que he disfrutado mucho.

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Más sobre Anne Perry y sus novelas en Finis Terrae.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Tarde de viernes

Tarde de viernes



Que nadie me pregunte por la noche...






¡Ups, qué tarde! Voy a realizarme la transformación. Adiós.

...

Digo, bye!.

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NOTA (a quien corresponda, claro): así somos las nenas de este blog...

miércoles, 7 de septiembre de 2011

I love books

I love books

Presenta Bookworm un nuevo meme literario en su Bitácora de (mis) lecturas, titulado, como se ve ahí arriba, I love books, en el que he decidido participar. Consta de 15 preguntas... que voy a intentar contestar, aunque lo cierto es que cuando he leído algunas de ellas me he quedado en blanco.

1. El último libro que has leído. El último que he terminado es La cúpula, de Stephen King. Creo que era el primer título que leía de este autor (aunque podría ser que ya hubiera leído algo y sencillamente no lo recuerdo) y me ha gustado. Me decidí a leerlo porque pensé que no era de miedo y, efectivamente, miedo no da, aunque sí bastante sensación de angustia, sobre todo al final, que no lo hace apto para personas asmáticas o que sufran cualquier tipo de dolencia pulmonar.

2. Un libro que cambió mi forma de pensar. No creo que hasta el momento me haya topado nunca con un libro que, por sí solo, haya cambiado mi forma de pensar radicalmente. De hecho, no creo que haya nada en el mundo que me haya conducido a un cambio de ese tipo. Sí que ha habido libros que me han influido de una manera u otra, que  me han hecho reflexionar, que quizá han cambiado alguna idea que había en mi mente con respecto a algún asunto determinado..., pero no podría dar títulos concretos. Lo siento.

3. El último libro que me hizo llorar. Hummmmmm, no recuerdo. Llorar, llorar, creo que no (aunque quizá con alguno de los últimos se me escapó alguna lagrimilla que ya se ha secado y no recuerdo), pero un libro de los que he leído últimamente que me ha emocionado, impresionado y provocado en mí algunas otras emociones, algunas bastante intensas, ha sido Marco el Romano, de Mika Waltari.

4. El último libro que me hizo reír. Es difícil que un libro me arranque carcajadas (no suelo leer mucho humor y el poco que he leído me ha resultado más bien insípido. Será, quizá, porque escribir humor del bueno, del que te hace reír, es muy difícil). Sin embargo, un título que he leído en los últimos tiempos y en el que he recibido unas cuantas dosis de buen humor, ha sido la novela de uno de los amigos de este blog, Miguel Baquero, que ya apareció por estas páginas de Finis Terrae: Vidas elevadas.

5. Un libro prestado que no me han devuelto. No presto libros, así que no tengo ese problema. Vaaaaleeee, seré franca: hay un grupo de personas a las que no me importa prestar libros: mi madre, mis hermanos y una amiga. El resto del mundo queda fuera de este grupo, y cuando alguien no perteneciente a él me pone en el brete de que le preste un libro, el asunto me desasosiega porque, ¡es verdad!: la gente te pide un libro, no suele leérselo y, para colmo, no te lo devuelve o tarda años en hacerlo, mientras tú tienes que contemplar, día a día, el hueco que dejó tu tesoro en tu biblioteca.

6. Un libro prestado que no he devuelto... todavía. No pido prestado ningún libro. Cuando veo que alguien tiene uno que me interesa, lo compro. De hecho, en ocasiones me ha ocurrido que he descubierto en la biblioteca de alguien un título que me ha llamado la atención y, al intentar anotarme los datos para comprármelo, el dueño del libro me ha dicho: No, no te lo compres. Llévate éste y léetelo. Cuando le he explicado que, gracias, pero no, prefiero comprármelo y él ha insistido en que me llevara su ejemplar, me he quedado sin saber cómo explicarle que si un libro me interesa, prefiero tenerlo en propiedad. Además de que, en cualquier caso, no me gusta pedir libros prestados. No obstante, algunas veces sí lo hago, pero sólo a un grupo muy reducido de personas... Sí, justo, habéis acertado: mi madre, mis hermanos y una amiga.

7. Un libro que volvería a leer. Muchos, hay muchos que volvería a leer, pero no suelo darme a la relectura porque tengo demasiada literatura pendiente y escaso tiempo. No obstante, si se me pone en el brete, diré que algún día volveré a leer El Quijote y que me gustaría repetir con La dama del Nilo. También hace tiempo que estoy obsesionada con una relectura, la de Los intereses creados, hasta el punto de que probablemente con éste sí tropiece.

8. Un libro para regalar a ciegas. Hummmmm, no entiendo bien esta pregunta o propuesta. He regalado muchos libros en mi vida. De hecho, es el regalo que más me gusta recibir y el que, a su vez, más he hecho. Sin embargo, últimamente me he vuelto un poco reacia a ello (a regalar libros, quiero decir), porque, aunque a mí me gusta recibir un libro como regalo, cualquiera que sea, voy percatándome de que al resto del personal mundial no le ocurre lo mismo, con lo cual me da reparo meter la pata y regalar un libro que, aunque quizá a mí me pareció maravilloso, a la persona que lo recibe puede parecerle un tostón infumable. Además, cada vez se lee menos, ¿no? Eso dicen, al menos. En cualquier caso, si se me pide un título concreto que regalaría, contesto que La muerte viene a cenar y otras historias. No está escrito todavía (no totalmente), pero ése sería el que envolvería mi paquete con lazo. O..., probablemente no. Ése sería el libro, en realidad, que regalaría a un grupo muy reducido de personas. Sí, sí..., no vais desencaminados en lo que estáis pensando...

9. Un libro que me sorprendió para bien. Uuuuufffffffffff, ¡y yo qué sé! Seguro que ha habido muchos, pero no guardo en la memoria ese tipo de recuerdos.
O, voy a expresarlo de otra manera: quizá lo guardo durante un tiempo y luego lo olvido.
O, una nueva forma de aproximarme a la oculta idea que guarda mi mente caótica: seguro que este tipo de información sí está por ahí, en algún parte de mi memoria, pero soy incapaz de encontrarla.

Así, a bote pronto..., no sé qué contestar... A ver, piensa, S. Cid, piensa... No sé. Si se me ocurre alguno más adelante, volveré a estas líneas para informaros de ello.


10. Un libro que robé. ¿Pero cómo pueden plantear esta pregunta siquiera? ¿De verdad hay gente que roba libros?

11. Un libro que encontré perdido. Creo que nunca he encontrado un libro perdido. Pero, como en la pregunta 9, tal vez sí lo he hecho y ya lo he olvidado.

12. El autor del que tengo más libros. Hummmmm, creo que en mi biblioteca hay una lucha denodada entre Galdós y Agatha Christie. De ésta tengo sus obras completas; de aquél, no; pero ya sólo con los Episodios Galdós presenta una fuerte vanguardia dispuesta al ataque con 46 títulos y luego, además, tengo bastante novela suya, así que supongo que gana Galdós.

13. Un libro valioso. ¿Valioso en qué sentido? ¿En sentido crematístico? En ese caso, no sé. Tengo algunos libros antiguos que quizá valgan algo más que el resto, pero no tengo una idea cierta acerca de este punto. Si es valioso en cuanto al contenido, algunos clásicos de los que abundan en mis estanterías son valiosos. Si es por el esfuerzo que requiere escribir uno, todos lo son. Incluso los peor escritos. En cualquier caso, un libro es un tesoro, ¿no? Así que...


14. Un libro que llevo tiempo queriendo leer. A ver, a ver..., en mi lista tengo, por ejemplo, Los hombres lloran solos, de Gironella, que aún no he podido encontrar; La saga Jeeves, de Wodehouse; Una temporada para silbar, de Ivan Doig y, el último añadido a la lista por obra y gracia de Plato por plato, Cremas y castigos, de Anne Martinetti. Lo dejo aquí porque, si siguiera, agotaría el espacio de la entrada para hoy.

15. El próximo libro que voy a leer. El narrador de cuentos,  de Saki.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Sin palabras...

Sin palabras...

..., aunque (suspiro) aún con algo de dinero.

Charlaba el otro día con Bate en estas mismas páginas y le anunciaba que estaba preparando una entrada sobre los sindicatos. En realidad, más que sobre los sindicatos versaba (o al menos así la había iniciado) acerca del viajecito con que el señor Toxo se ha regalado estas pasadas vacaciones. Y es que estaba viendo el programa de El Gato al agua cuando salió a escena el sindicalista y sus nuevas vacaciones (lo de "nuevas" es, naturalmente, porque ya hubo otras...), de manera que me puse muy ufana yo a escribir al respecto, esfuerzo del cual brotaron algunas frases que hoy, sin embargo, no encuentro interesantes, de modo que las he borrado.

He estado bastante liada durante el fin de semana y puede que sea por eso que hoy, que me pongo ante el ordenador a ver si salen unas cuantas palabras bien hiladas, me veo más bien torpe para encontrar ideas. O quizá sea que oyendo algunos datos sobre el viajecito en sí (como que en una semana se ha gastado 3 veces el dinero que una familia española -que pueda permitírselo, tal y como están las cosas- ha dedicado este verano a sus vacaciones), quizá, digo, sea que oyendo esto me he quedado sin palabras.

La verdad es que no soy yo quién para decirle al señor Toxo cuánto dinero puede gastarse y cómo deben ser sus vacaciones.  Cada cual es muy libre de hacer con sus caudales lo que le venga en gana. Yo así lo he hecho con los míos y ¡faltaría más que viniera nadie a decirme cuál es el uso que debo hacer de ellos!

Aunque, bueno, creo que esto tampoco es del todo cierto. Por supuesto que el dinero que hay en mi cuenta corriente lo gasto como me sale de mi santo apéndice nasal, pero no ocurre lo mismo con el que ya no está en mi cuenta. Con él, pago las películas españolas sobre la Guerra Civil, los abortos realizados en la Seguridad Social, las sedaciones del doctor Montes. Con él sufrago también a los cartógrafos que se emplean con pasión en dibujar el mapa del clítoris, subvenciono a los homosexuales de Mozambique (o de donde sea), y le costeo el puesto en la ONU a Bibiana Aído. De mis impuesto sale el pago y mantenimiento de los coches oficiales, las nuevas decoraciones de despachos, el sueldo del adjunto al agregado del asistente auxiliar del secretario suplente del primer edecán del asesor décimo octavo del Presidente, Ministro, Alcalde  o Concejal de turno y, por supuesto, también pago con mi dinero el sueldo (dijeron la cifra que cobra, pero no la recuerdo. Eso sí, eché cuentas rápidamente y me salieron más de cuatro años de trabajo para casi igualar la primera de las cifras de su sueldo) al señor Toxo, de modo que, al fin, bien podría, por tanto, opinar sobre la cantidad de pasta de la mía que se ha gastado en sus vacaciones.

Y, sin embargo, amigos... no puedo. No, no puedo hacerlo... porque no sé cómo he de hacerlo.

Será, como dije por ahí arriba, que me he quedado sin palabras. Confío (ya le he oído decir a las malas lenguas que se avecina una nueva subida de impuestos) en que no suceda lo mismo con mi dinero.

jueves, 1 de septiembre de 2011

¿Profesores en huelga?

¿Profesores en huelga?

Creo que sí, que en Madrid los sindicatos están estudiando la posibilidad de realizar una huelga de profesores...  

Profesores..., he oído mucho esta palabra durante los últimos días en referencia, precisamente, a la huelga de profesores... ¿Pero es así? ¿Va a haber una huelga de profesores? Pues no. Si la hay, será la huelga de algunos profesores. En concreto, de los de la enseñanza publica. Yo no estoy en huelga. De hecho, nunca he ido a una y no sé si lo haré algún día porque, en principio, me dan alergia. Pero en este caso, además, es que el asunto no va conmigo. 

Según tengo entendido, el problema se ha originado porque la Consejería de Educación en Madrid ha dado instrucciones a los centros públicos para que los profesores de Secundaria pasen este curso de cumplir 18 a 20 horas lectivas. Al parecer, la ley para funcionario público en el sector de la educación establece que el número de horas lectivas de un profesor debe oscilar entre las 18 (como mínimo) y las 21 (como máximo), de manera que lo que ha propuesto la Comunidad de Madrid es que sus profesores de instituto aumenten el número de horas lectivas en 2 (lo cual aún les deja una hora por debajo del máximo que establece la ley). Esas dos horas dedicadas a clase se extraerían de las complementarias. Éstas son las horas (desde la hora número 19 a la 25) que se dedican, en la enseñanza pública, a reuniones de departamentos, claustros, guardias y cosas así.

En la Concertada las cosas son un poco diferentes: nosotros tenemos 25 horas lectivas más cinco horas complementarias. Así que, incluso con el aumento de horas lectivas al que les han obligado, nosotros seguimos teniendo 3 horas más de clase y también más de complementarias, porque las reuniones de departamento, los claustros y las juntas de evaluación las tenemos fuera de ese número de 5 horas complementarias. Nuestras aulas, además, tienen más alumnos que las suyas (conozco casos de profesores en la Pública que tienen 5 ó 6 alumnos por clase, algo que jamás se permitiría en la Concertada simplemente porque la Consejería no daría permiso -esto es, dinero- para una clase así) y, por supuesto, cobran más que nosotros. Pero, eso hay que concedérselo, ellos han aprobado una oposición y nosotros, no. 

Hasta aquí los hechos. Ahora la cuestión en sí. 

Comprendo la reacción (airada, de angustia, de pánico.., de todo hay, os lo aseguro) de un profesor al que le dicen que tiene que pasar dos horas más dentro del aula. Yo tengo 25 y cuando algún compañero falta y tengo una guardia, os prometo que se me pone el cuerpo malo por tener que pasar una hora más dentro de ese recinto infernal atestado de fieras. ¡Claro que los comprendo! ¿Cómo no lo voy a hacer, si yo también lo sufro? Por otra parte, es cierto que a su jornada laboral (contada en horas lectivas) se le puede pedir ese esfuerzo, teniendo en cuenta la que está cayendo en España. Y lo digo siendo consciente de que hoy ha sido la Pública y tal vez mañana le toque a la Concertada, -y no quiero imaginar 27 horas dentro de un aula porque me da un telele-).

Por otra parte (escribo esto mientras veo El Gato, programa en el que están tratando este asunto), me parece injusta, muy injusta la manera que ha tenido Lucía Figar de presentarlo. Es cierto que en la parte primera de su intervención ha dicho: Trabajan 18 horas lectivas y luego tienen que permanecer en el Centro hasta cumplir 25. Sin embargo, a partir de ese momento cada vez que se ha referido a las horas de trabajo de un profesor lo ha hecho con un numero concreto:18. Pasan, ha dicho repetidamente, de 18 horas de trabajo a 20. No creo que sea un esfuerzo tan grande y bla, bla, bla. Y, claro, podéis imaginar los mensajes por SMS que ha enviado la gente: ¿Trabajan 18 horas a la semana y se quejan?

Señora Figar, no juegue con nosotros. Primero, se ha referido al asunto siempre como los profesores (de ahí mis negritas del principio), metiéndonos a todos en el mismo saco, cuando mi jornada lectiva es de 25, no de 18 horas; luego hable con propiedad: los profesores de la enseñanza pública. Por otra parte, no me venga con revueltas que confunden y echan sobre el profesorado más bilis: los profesores de la Pública no trabajan 18 horas a la semana. Dar a entender eso, hurtando un trozo de la verdad, es muy injusto. Además de las horas que se pasan en el aula (las famosas 18 horas), hay que preparar materiales (por cierto que en mi colegio tienen la caradura de tomar esos materiales y venderlos a los alumnos sin que el profesor vea un duro), preparar clases, corregir cuadernos, redacciones, exámenes... y, por supuesto, rellenar los mil millones de papeles inútiles a los que obliga su Consejería, señora Figar.

Hablo ahora por mí: tengo 25 horas lectivas, más 5 complementarias (que pueden llegar a ser 6, 7, 8...), más un huevo (se me va a permitir hoy la expresión) de trabajo en casa. ¿O es que piensan todos esos de los SMS que los exámenes se corrigen solos, se suman solos, se pasan las notas a Excel solas, se hacen las medias solas, los boletines también se rellenan solos y se ponen los comentarios solos? Vamos a ver, vamos a ver, vamos a ver (que diría un buen amigo de este blog), el profesor no trabaja sólo en el aula. Hay mucho trabajo oculto que se realiza fuera de la clase. ¿Pueden mis lectores del blog calcular cuánto tiempo lleva corregir 150 exámenes? ¿Y 90 comentarios de texto -con análisis de todos los elementos de la narración- de un libro? ¿Y 30 redacciones en inglés -a la semana- de las que luego se exigen en Selectividad? ¿Y cuánto tiempo podrá llevar subir las notas de 150 alumnos? ¿Y escribir comentarios para esos 150 alumnos, cada uno de ellos diferente? ¿Y cuánto, preparar una presentación de Power Point para que la sintaxis les sea más visual y no tan árida? ¿Y otra para el esquema de la literatura del Renacimiento?  ¿Y las fichas para practicar la ortografía?... No seamos tan injustos, leñe, que hay mucho curro oculto que se hace en casa. Sumas, sumas, sumas... y salen las 40 horas y más, a veces, más. En concreto, en la enseñanza pública, la jornada de trabajo de un profesor es de 37 horas y media a la semana. En la Concertada (nos jugamos el puesto, así que tenemos que decir sí, bwana a casi todo) suele ser mayor. Así pues, aunque creo que el aumento de dos horas (si bien doloroso, insisto, porque los comprendo) en la jornada lectiva puede ser necesario y entiendo la decisión que ha tomado la Comunidad, rompo una lanza por mis compañeros de la Pública y, al menos desde este blog, le grito a todo el mundo la verdad: ¡no es cierto que un profesor de instituto trabaje 18 horas a la semana! (aunque supongo que, como en todas partes, habrá jetas que se aprovechen del asunto y trabajen incluso menos horas).

En cualquier caso, debe quedar claro a mis lectores que no pongo en duda la necesidad de hacer esfuerzos porque el país lo necesita. ¿Cómo podría hacerlo? Sería tener mucha jeta por mi parte. De lo que nos quejamos los profesores es de que siempre le toque el boleto perdedor a la misma parte. En este caso, con el aumento de horas lectivas, porque eso sí que es un martirio. Un martirio que han creado ellos (los políticos) y ellos (algunos padres), que han convertido la enseñanza en una lucha a muerte con fieras corrupias que te destroza la garganta... y (¡ay, si sólo fuera eso!) te rompe el ánimo, el bienestar psíquico y en muchas ocasiones (cada vez más) acaba con tu propia salud.

Sí, ésa es mi queja: que sea siempre la misma parte la que paga el pato. ¿Estamos en crisis? Sí. ¿Es necesario ajustarse el cinturón? Sí (ya nos redujeron el sueldo -a la Pública y a la Concertada). Dolió, pero no fui a la huelga por ello, porque sí, sí, sí, lo entiendo: hay que ajustarse el cinturón. Bien, sigamos: ¿es necesario hacer ajustes y reducir costes? Sí. También estoy de acuerdo con ello. Pero, y he aquí mi pregunta, ¿por qué siempre le toca a la misma parte? ¿Quiere usted reducir costes y ahorrar dinero en la enseñanza, señora Figar (y resto de Consejeros más Ministro de Educación)? Pues yo les digo cómo. Es muy, muy fácil: dejen de aparcar vagos en nuestras aulas. Se ahorrarán una pasta gansa de la que exprimen a los contribuyentes y (¡el colmo de la felicidad!) harán nuestro trabajo más cómodo, más fácil y, sobre todo, ¡más efectivo! No imaginan la de puntos que subiríamos en el informe PISA en cuanto todos esos aparcaos salieran de las aulas.

Ejemplo a modo de ilustración:

Hoy hemos empezado los exámenes de septiembre. En una de las asignaturas más chorras que doy (Recuperación de Lengua de 2º ESO) tenía 4 alumnos suspensos. ¿Cuántos se han presentado al examen? Uno. ¿Y los otros 3? Dos de ellos sólo vienen al colegio durante el curso para estar recogidos en algún lugar caliente mientras sus padres trabajan (ni siquiera traen mochila y material a las clases) y el tercero no se ha presentado a ese examen ni a ningún otro de los que tiene pendientes ¡porque está de vacaciones en Málaga! ¿Qué va a ocurrir con ellos? Que van a repetir, claro. Cada alumno cuesta (al menos costaba hace unos años) al Estado en torno a los 3.000 euros anuales. Esos tres chicos nos han costado, pues, a los contribuyentes nueve mil euros el año pasado. Nueve mil euros que volverán a costarnos el próximo año en el mismo curso, puesto que van a repetir. Y así continuarán... ¿hasta los 16 años? No, esa es la edad mínima a la que se puede salir del colegio (con título o sin él), pero estar, pueden estar hasta los 18. Echen cuentas mis lectores del blog.

¿Qué tal si a este tipo de alumnos se les retirara la educación gratuita? ¿Qué tal si los padres se vieran obligados a pagar la matrícula de las asignaturas que queden pendientes a sus hijos? ¿Qué tal? ¿Cuánta pasta nos ahorraríamos los contribuyentes? Seguro que así mi sueldo no se habría visto reducido en 1.400 euros al año, que es casi el sueldo de un mes. ¿Por qué siempre me toca pagar a mí, señora Figar? Pagar en especie (sueldo) y en sufrimiento (horas lectivas).

La enseñanza en España es un timo vergonzoso. Escuchadme, padres responsables que os interesáis en la educación de vuestros hijos: el Estado y las Comunidades Autónomas (sean del signo que sean sus gobernantes) os están timando, os están dando gato por liebre y están jugando con el provenir de vuestros hijos, porque le están dando a vuestros retoños una educación ínfima. A vosotros, padres desvergonzados que confundís el colegio con un Centro de Día, comeros a vuestros insoportables hijos con patatas, porque vuestra es la culpa de la mala educación con que los traéis al colegio. Ni los buenos alumnos deben pagar la factura que vuestros hijos vagos y perniciosos imponen, ni los profesores deben sufrirlos en sus carnes. Y, por último, a la Consejería de Educación de cualquier Comunidad y al Ministerio de Educación: dejen de vender aire, dejen de hacer experimentos con humanos, pónganse en serio a tratar el problemón que tenemos y no nos toquen más las narices, que estamos ya muy quemados.

Acabo la entrada de hoy con uno de los mensajes que he podido ver durante el programa de El Gato: Cambio mis 20 horas de profesor en Secundaria por 40 de otro trabajo. No sabéis lo duro que es. ¡¡¡Ay, cómo entiendo a este profesor!!! Lo entiendo porque ésa es justo la idea que anida en mi mente desde hace ya tiempo: Cambio toooooodaaaaaaaas esas vacaciones que tenemos los profesores y cambio la jornada escolar por otra de 40 ante una mesa poniendo sellos con un tampón y con un mes de vacaciones. Las cambio, os lo prometo, las cambio si me libro de las aulas y de formar parte de este timo nacional que me repele la conciencia. ¿Alguien me ofrece un curro así?

¡Claro que sí!

¡Claro que sí!






Que sí, hombre, que sí... ¡¡¡Resistiré!!!

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Y el día que aparezca por aquí llorándoos..., me remitís a esta entrada. Gracias.

Belén 2013

Belén 2011