sábado, 31 de julio de 2010

Por qué no soy cristiano

Por qué no soy cristiano (Bertrand Russell)

Compré este libro porque, al leer el título, de repente sentí una gran curiosidad por conocer las razones que alegaba Bertrand Russell para no ser cristiano. Sin extenderme mucho en el comentario, simplemente diré que esperaba mucho más de este filósofo. Las razones que alega no son muy… profundas y muchas de ellas puede echarlas abajo cualquiera que haya leído la Biblia con un poco de atención. Sí me pareció muy interesante, sin embargo, el debate entre Bertrand Russell y el padre F. C. Compleston, S. J. sobre la existencia de Dios.

En este amplio volumen -311 es el número de sus páginas- se recogen otros muchos ensayos, además del que da título al libro, tales como ¿Ha hecho la religión contribuciones útiles a la civilización?, o ¿Sobrevivimos a la muerte?, o La vida en la Edad Media. Incluye, además, un apéndice en el que se narra la polémica que suscitó el hecho de que la madre de una alumna que estudiaba en la Universidad de Nueva York se opusiera (consiguiendo no sólo que su petición se escuchara, sino que se aceptara) a que Russell fuera profesor de tal universidad por considerar sus teorías perniciosas para la educación de su hija.

jueves, 29 de julio de 2010

Pistas para encontrar al tipo zumbado

Pistas para encontrar al tipo zumbado

Advertencia antes de empezar: al señor Guido, si aún anda por aquí y no se ha ido de vacaciones, no le está permitido participar en el juego. Las razones, si se piden, al final.

Pista 1: No es españ@l, pero escribe en español.
Pista 2: Nació un poco más abajo que la señorita gritona dicha por Bate.
Pista 3: se cambió de camisa más veces que un aseado dandi: pasó por el socialismo, el liberalismo, el conservadurismo y el fascismo.
Pista 4: acabó sus días suicidándose en una ciudad con nombre de felino.
Pista 5: a su hijo le es atribuida la introducción en Argentina de la picana eléctrica como método de tortura...


Solución y explicación al juego propuesto por Bate:

Y, efectivamente, Carlos lo acertó: se trata de Leopoldo Lugones. La razón por la que Guido estaba fuera del juego [esta vez..., que ya habrá otras ocasiones para que la Enciclopedia Humana pueda participar ;-)] se encuentra en los comentarios de esta entrada.

Ahora llega el momento de pedir disculpas al señor Leopoldo Lugones por los insultos que contra él proferí en la entrada sobre el tipo zumbado, y que se deben exclusivamente al último de los relatos que leí en el libro que adquirí de este autor la pasada Feria del libro de Madrid. Se trata de Las fuerzas extrañas, un libro de relatos en el que el último de ellos, Ensayo de una cosmogonía en diez lecciones, es, como digo, el culpable de los vituperios que vertí contra el autor en la mencionada entrada. Me trastocó el intelecto, amigos, y eso que comencé a leerlo -me refiero a este relato en concreto- con ganas porque siempre me he sentido muy atraída por estas cosas. Así que, enfadada con Lugones por las diez lecciones demenciales que me había impartido, me vine al ordenador y me dediqué a ponerle verde.

Sin embargo, he sido injusta con él. Puede que estuviera un poco tocado del ala, pero es un magnífico escritor. Me ha encantado su manera de escribir. Tiene ese tipo de redacciones que da gusto leer y de las que, además, se aprede mucho y bien. Por otra parte, a pesar del denostado Ensayo de una cosmogonía en diez lecciones, el libro, en una edición preciosa cuya portada podéis ver ahí arriba, editado por Eneida y perteneciente a la colección CONFABULACIONES, es bastante recomendable. Contiene cuentos buenísimos como La fuerza omega, Yzur (cuya frase final es memorable) o La estatua de sal.

Así pues: mis disculpas, señor Lugones. Es usted, a pesar de todo, buenísimo.

miércoles, 28 de julio de 2010

Tipos zumbados

Tipos zumbados

Se me ocurre que en las solapas, en la contraportada o, incluso, en la mismísima portada de un libro debería aparecer una nota de aviso al lector que dijera algo así: El autor de la presente obra está zumbado y el contenido del libro que tiene usted entre las manos puede afectar seriamente su salud mental. El editor declina toda responsabilidad por los efectos nocivos que la lectura de esta obra pueda causar al lector.

Acabo de terminar la lectura de una historia que me ha sacado de quicio... Es más, me ha puesto de mala uva. De veras, hay gente por ahí muy tocada del ala y con serios problemas mentales. La cuestión a mí ni me va ni me viene, la verdad, porque cada cual es muy libre de estar todo lo pirado que quiera. El problema viene cuando un chiflado consigue meterme en su mundo demencial.

La vida ya viene cargada de suficiente chaladura por sí misma como para que un lunático la perturbe aún más.

Ea, ya me he quejado. Ahora voy a hacer un poco de ommmm, ommmmm, a ver si logro calmar el espíritu. ¡Ay..., cuánto majara hay suelto!

lunes, 26 de julio de 2010

Absurdo filantrópico

Absurdo filantrópico

Me despertó el calor sofocante. Sentía la garganta seca y agrietada. Me levanté a beber. Desde el baño, observé la quietud de las plantas en el alfeizar. Ni una pizca de viento se movía en aquella madrugada abrasadora. Destilé acíbar, atormentada por el bochorno, y llena de impotencia imploré el auxilio del dios Eolo.

De repente, lo vi: un hombre vestido de negro bajaba desde el ático hacia mi ventana. ¡Dios mío!, ¿qué hacer? Antes de hallar la respuesta, con un ágil salto alcanzó la poyata y yo ahogué un grito en el pecho. Sus manos, sin embargo, resbalaron sobre los baldosines y quedó sólo sujeto por las puntas de los dedos.

Me arrojé sobre él y lo así con fuerza. Tiré, tiré… y, al cabo, lo salvé.
-Upsss, ha estado en un tris -dijo-. Gracias. Ahora…, ¿me entrega todo lo de valor que tenga en la casa?

sábado, 24 de julio de 2010

"Despertar" en Elm Street

Despertar en Elm Street

Me cuentan hoy que ayer, en uno de esos programas del corazón (toc-toc-toc-toc..., se altera el mío y me pregunta por qué "yo también, hijo mío, Bruto" denigro su nombre cuando me refiero con él a esa casquería televisiva) una señorita narró sus aventuras amorosas con un tipo -cuyo nombre no recuerdo pero fácilmente identificable pues es el marido de la nieta de Franco- precisamente la noche antes de la boda con ella y también durante la misma noche de bodas, con el conocimiento y consentimiento de la nietísima. Bonita manera de despertar al mundo después de una hermosa semana de deliciosas vacaciones en m.U.P. (esto es, mi Universo Personal) Porque, vamos a ver, pasiones degeneradas las hubo y habrá en todo tiempo y lugar; espíritus corrompidos, almas propensas a la degradación y sociedades decadentes siempre existieron, pero que una salga pacífica y sonriente de su cascarón virginal y alguien altere la serenidad de su existencia con cuentos tales, es duro... De verdad, amigos, es durísimo. Casi, casi como si te volvieran a contar que los Reyes son los padres.


Poco más sé de lo que ocurrió en el mundo esta semana. De hecho, no sé nada. Ni nada quiero saber. No he comprado el periódico, no he encendido la tele, sí he escuchado la radio (pero no recuerdo casi nada de lo que en ella se dijo). Me he dedicado a nadar, leer y escribir, de modo que como no os enumere las bondades de la natación, os cuente Crimen y castigo u os hable sobre un pobre abedul enamorado..., no tengo sustancia alguna con la que alimentar estas líneas, salvo que... le diera cuerda a la imaginación y os endosara una de las mías.

Hace calor, sin embargo, y probablemente no están los cuerpos para mucho esfuerzo, de modo que mejor un texto breve, aunque no refrescante... Para ello habrá que esperar a que Blogger invente pronto los post con burbujas o incluya en el panel de control una nueva pestaña con máquina de hielo a 5 céntimos (ZP's new tax) el cubito.

Voy a dar un paseo por vuestras casas, a ver qué os contáis...

lunes, 19 de julio de 2010

Zzzzzzzz

Zzzzzzzz

Bueno, amigos, llegó el momento de la marcha. No será definitiva, puesto que iré y vendré hasta que decida dónde voy a pasar el grueso de mis vacaciones veraniegas, pero de momento hoy me marcho durante unos días. Espero tener acceso a internet de vez en cuando para poder pasarme a echar un vistacillo y haceros una visita en vuestras casas.

Mientras tanto, la mía se queda echando un sueñecito, que falta le hace a esta Finis Terrae tan trabajadora ella durante el último año. Aunque, en realidad, más que durmiendo la dejo en stand by, que, si puedo, ya subiré alguna entradilla.

Pasadlo bien, amigos, y hasta pronto.

sábado, 17 de julio de 2010

El laberinto de la rosa

El laberinto de la rosa (Titania Hardie)

Éste fue uno de los libros que me regalaron los Reyes de 2009 y ha tardado casi un año (no empecé a leerlo hasta enero del 2010) en ver que llegaba su turno (no demasiado, comparado con otros que aguardan en mi biblioteca desde hace muchísimo tiempo).

Pues bien, la lectura de la primera mitad del libro me llevó muy pocas horas. Sin embargo, la segunda mitad… se ha tomado más de tres semanas para ser consumida. ¿Por qué? Quizá en parte porque dejé de leerlo unos días y cuando volví había perdido el hilo, pero también porque la segunda mitad no consigue mantener el interés del lector como sí lo hace en su primera parte.

En cualquier caso, ésta no deja de ser una novela más de esas en las que hay que descubrir un enigma que llega desde el pasado. No me ha parecido una buena novela y no recomiendo con especial interés (ni sin interés tampoco) su lectura.

miércoles, 14 de julio de 2010

De los rufianes, guárdate

De los rufianes, guárdate

El desgraciado con que la vida se mofó de mí al dármelo como padre tuvo al fin, en su momento postrero, un gesto munífico con el ser infortunado que le debiera la mitad de las penas por su venida a este infausto mundo, esto es, lector avispado, conmigo mismo, y complacióse al fin, después de tantos golpes con los que me había regalado, insultos y menosprecios, en allanar mi camino y dulcificar los percances con que la vida, de la que él era autor y responsable principal, había venido agriando cada día de mi existencia.

Hubo de aguardar mi ánima doce largos años, los que a la sazón contaba, para ver que aquel ser privado de todo sentimiento era también hijo de Dios y algo de Él guardaba en el pecho. Y es que, si los caminos de Nuestro Señor, por misteriosos, son tantas veces rizados, enroscados, arqueados y retorcidos, no acierta el lector a imaginar la cantidad de curvas, arcos y revueltas que han dado conmigo. Pero, digo, amigo, que alcanza todo camino su fin, por muy combado que sea, y aconteció que, motivado por el remate de la suya, asomó por fin a mi vida un lance de fortuna cuando, por mor del ineludible rigor con que la esforzada Justicia discurre, fue mi padre agarrotado y sacóme, con ello, del apuro que acongojaba no tanto mi alma como las tripas hueras que me rugian en el vientre tal que bizarras fieras de la remota África.

Lo había aguardado escondido entre los soportales de la plaza desde el amanecer, en un lugar estratégico desde donde parecíame que podría atisbar sin ser notado. Sin embargo, era yo muy joven entonces y no medía más de vara y media, de modo que la tarea de observación se tornó imposible cuando la gente, tomando un rato de holganza en sus faenas, fue congregándose en torno al patíbulo a medida que la hora del ajusticiamiento se acercaba. Con grandes trabajos, logré escurrirme entre el gentío, sin embargo, y coseguí acercarme hasta el chaflán de la tenería, un ángulo que, sin duda por su mal olor, aparecía despejado de muchedumbre. De manera que cuando dobló el carro sobre el que lo llevaban para tomar la Rúa Mayor que había de conducirlo a la explanada en la que se hallaba levantado el patíbulo, surgió ante mí, ataviado con el negro sayal con que vestían a los reos comunes y envuelto entre horrendo griterío, gran parte del cual salía de gargantas que dos días antes se habían remojado con abundante tintorro en compañía de mi padre. Así de tornadiza es la amistad y la leal camaradería.

Me asusté al verlo de tal guisa porque, a pesar de los pesares y de las muchas correrías en que ya para entonces me había visto envuelto, no era más que un niño, y como tal respondí, pues no pude sino bajar los ojos y encoger los hombros, recogiéndose el pescuezo entre ambos, como si con ello pudiera abreviarme hasta desaparecer. Pero, a pesar del tumulto y de la confusión en que ciertamente debía de hallarse su ánimo, dio en verme agazapado en el chaflán de la costanilla de Santa Inés y fue entonces cuando, con los ojos tristes de un cordero, susurrando apenas, pero no tan débil que me fuera imposible oír lo que decía, me exhortó: Ay, Miguelillo de mi alma..., de los rufianes, guárdate.

Del momento implacable que había de acabar con su vida, casi no tengo recuerdos. Preguntó mi padre al verdugo por qué había, apoyada en un tajo, un hacha si él no era persona principal y éste, sin pronunciar palabra, señaló con la cabeza un agudo gancho incrustado en la madera, cuyo propósito no alcancé a comprender hasta un rato después, pero que a mi padre no se le escapó, pues al seguir con la vista la dirección que el verdugo había marcado con su testa y descubrir el garfio exclamó: ¡Vergüenza no habrá de pasar mi cabeza, que una vez separada del cuerpo en nada queda! Y así fue que, después agarrotarlo y comprobar que estaba muerto, pusieron su cuerpo tendido sobre el patíbulo con la cabeza apoyada en el tajo y el verdugo, tras separarla del tronco con un sólo golpe, seco y rápido, tomóla entre sus manos y la ensartó en el gancho.

Tres días llevaba su cabeza pinchada en el garfio, con las moscas revoloteando alrededor de ella, cuando los frailes de San Francisco, entre murmullos de rezos por el alma del desgraciado autor de mis días, llegaron al fin, acabada la exhibición de los restos, en busca del cuerpo de mi padre, que habían de llevar al cementerio de San Andrés, donde descansaban –si es que son capaces de tal- los restos de los malhechores que por aquellas tierras habían encontrado la puerta al más allá. Al extremo del patíbulo, hallábase, cercano al borde, un plato donde se recogían las monedas con que el pueblo quisiera contribuir a la salvación del ánima de mi padre, que a la sazón, y por los muchos males que causó en vida, debía de andar recorriendo los brezales del ultramundo en busca de un Dios que, sin duda, habíale dado la espalda.

Fue entonces cuando, inspirado por un ángel o un demonio, que el hecho por mí ejecutado tanto pudo ser infundido en la mente por un querubín benefactor, apiadado de mis muchas necesidades, como por un diablo empeñado en lograr hacerme dar los malos pasos que hasta aquel cadalso habían conducido a mi padre, fui arrancado de allí por el carro de Belona y conducido hasta las mismas puertas del palacio donde habita la diosa Fortuna, arrojándoseme a los pies de una rueda que, flanqueada por otras dos inmensas sujetas a la más lamentable quietud, pues tal es el estado del hombre en lo que refiere a su pasado, inerte ya, y su futuro, aún por llegar, giraba alegremente y por la que fui elevado hasta las alturas, desde donde la iluminación llegó hasta mí...

Y es que, siendo día de mercado aquél que sería el último en el que la cabeza de mi padre, a la que la corrupción del sepulcro llamaba a gritos, debía permanecer entre nosotros, me fue dable, sin necesidad de parafernalia alguna, ocultarme tras unas cestas de sardinas en salazón y observar y calcular desde allí aquello que ahora les relato. Creerá el lector que el corazón de mi pecho no es sino duro pedernal al oírme expresar en términos tan llenos de indiferencia sobre la violenta muerte y despiadada exhibición de los despojos de mi padre y, sin embargo, con qué grande piedad se compadecería de mí y cuánta lástima le inspiraría saber de mis penas y de los muchos dolores que aquel hombre me causó. No se sobresalte, pues, el alma de mis lectores ni indispongan su ánimo contra mí al conocer que del dolor y la náusea hice un ovillo que arrojé a mis espáldas, cuando decidí no abandonar el lugar sin perder ocasión de sacar provecho a aquel que yacía inerte y mostrando ya en sus despojos los primeros rastros de la putrefacción. Y es que, apurando el brevísimo lapso de los pocos minutos en que halláronse los frailes distraídos mientras amortajaban los restos mutilados de mi padre, me acerqué al tablado donde se efectuaba tan infausta ceremonia y, estirando el brazo tanto como pude mientras me sostenía sobre las puntas de los pies, di en alcanzar el platillo con las limosnas que cristianos caritativos habían ido arrojando para celebrar alguna misa en favor del pobre espíritu de mi padre, y agarré las monedas, echándolas al bolsillo, y huyendo de allí como alma que lleva el diablo.

Sería poco más del mediodía cuando sentíme a salvo y, apartado unas varas del camino que llevaba, me arrellané como pude a la sombra de una encina y saqué del zurrón un poco de pan y queso y una cebolla que le había comprado a una aldeana encontrada por ventura en mi alocada fuga. Reflexioné, al cabo, sobre la naturaleza del crimen que acababa de cometer y di en sentirme tranquilo al juzgar que el alma de mi padre no habría nada de ganar de aquellos breves caudales, pues de tan zaina que fue mientras moró por estos lares no podía sino errar en la ultratumba por toda la eternidad. Y así, apaciguada el hambre y sereno el espíritu, se apoderó de mí un dulce sueño y caí en los brazos que dicen del dios Morfeo.


lunes, 12 de julio de 2010

Dos pájaros de un tiro

Dos pájaros de un tiro

Wall Street Journal (por mencionar un periódico, pero podría haber sido otro cualquiera de este mundo mundial): A los españoles se les estropea la fiesta: la Copa del Mundo es robada en las mismas narices del capitán, Iker Casillas. Salieron con ella del hotel y cuando llegaron al Palacio Real... ya no estaba.

Nos ahorraremos los pasos intermedios (Finis Terrae sufre un golpe de calor y no está para largos reportajes): la policía investigó, pero nada pudo colegir de sus indagaciones. Vaya entuerto: miles de aficionados esperaban sudorosos en la calle. El Rey y su familia también esperaban, pero sin sudar, que que en el Palacio de Oriente nadie transpira. Está prohibido. Los jugadores estaban indignados y culpaban al árbitro inglés del que sospechaban que, en connivencia con los holandeses errantes, habían distraído la copa. ¿Qué hacer? ¿A quién buscar que desficiera el entuerto?

Momento estelar: alguien (que no fueron ni Bate ni ninguno de sus dos mosqueteros, ejem, ejem...) se acuerda de una mente insigne, capaz de atrapar criminales, espías, falsos suicidas..., que muy bien podría servir para la ocasión. Sólo hay un problema: está secuestrada por los malvados gongenlandeses y, desde hace meses, languidece en una mazmorra de la helada isla. ¡No importa! Allá van los tercios españoles... Ah, no, que eso era en Holanda. Vuelve a no importar: se manda a la Legión y en paz. Y allá que se van los novios de la muerte. Al alba y con viento de poniente -relata el Notario del Reino (ya un poco trillado, el pobre, por la edad)- nuestras feroces tropas lograron descerrajar las trancas y candados que mantenían a nuestra amada heroína, del temple y categoría de Manuela Malasaña y Agustina de Aragón (célebre catalana que bregó en favor de España) -aprovecha el Notario Real para añadir-, S. Cid, a quien ya traemos de vuelta a casa, libre y feliz, para que descubra al facineroso que nos ha robado la Copa.

Y ella, nada más llegar, se sube al autobús, echa un vistacillo y descubre al traidor, envidioso y ladrón. La fiesta puede continuar, hala.

Y así fue como se mataron dos pájaros de un tiro: se atrapó al pajarraco indigno y felón que había mangado NUESTRA COPA y se liberó a la pobrecita S. Cid, que descansa y se recupera a estas horas entre sus seres queridos, en especial junto a su extraordinaria madre, ejemplo de paciencia y coraje.

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Ah, que se pregunta el lector quién es el malvado que robó la copa... Fácil: en el interior del autobús y vestido de utillero, se escondía el envidioso Luis Aragonés que, movido por el odio atávico que sentía hacia el pobre Vicente del Bosque, había logrado introducirse entre el personal y robar la Copa, que pretendía llevar hasta Holanda escondida en un queso gouda.

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PD: prometo firmemente que el fútbol no volverá a aparecer por aquí hasta dentro de 4 años, cuando volvamos a ganar el Mundial. O, bueno, lo hará si el Real Madrid gana una nueva Copa de Europa :-)

domingo, 11 de julio de 2010

La ocasión lo merece

La ocasión lo merece

Digo que la ocasión lo merece y digo bien. Hasta el mismísimo Google ha creído conveniente dedicarle el día al evento deportivo que nos ocupa. Miren, si no, la imagen con que abría su página hoy:


Y, por tanto, Finis Terrae (que no íbamos a ser menos en casa) le abre sus puertas con la mayor de las sonrisas y le deja ocupar también parte de su espacio:

¡¡¡España, campeona del mundo de fútbol!!!


Felicidades a España y a los españoles... que aún queden ;-)

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Nota 1: Se exime a Sue de leer esta entrada ;-)
Nota 2: Esta entrada está escrita el día 11 de julio de 2010 a las 19:10 de la tarde. ¡¡¡Esto es fe!!!

Nulla dies sine linea

Nulla dies sine linea

Mientras volvía a casa un domingo por la tarde, hace unas semanas, fue la mirada a prenderse de la divisa que aparece sobre el frontón del Museo de Etnología de Madrid: Nosce te ipsum. Así, de repente, me quedé pensativa..., pero en cuanto llegué a casa lo comprobé. Efectivamente, husmeando por internet di con esta página en la que corroboré mi idea de que Nosce te ipsum corresponde al célebre Conócete a ti mismo. Pero ya que estaba..., seguí husmeando (¡Ay!, ¿qué sería de esas tardes domingueras sin curiosidades de las que ocuparse?), y encontré esta otra página de proverbios latinos, también muy curiosa, donde me topé con la expresión Nulla dies sine linea*, y rápidamente vino a mi mente la idea de incluirla en el frontón de Finis Terrae a fin de que me recordara que la inspiración tiene que soprenderte trabajando. No lo hice, sin embargo.

Poco después, publiqué una entrada: Acabarán por darme la espalda, en la que me lamentaba del poco casito que le estaba haciendo a las musas, cuando tan generosas se mostraban conmigo. El fiel amigo de este blog -diario, que diría él- ;-), Posodo, con cuya mente la mía debe de estar conectada de alguna extraña manera, incomprensible, inexplicable, pero real (ya van siendo bastantes los ejemplos de coincidencias telepáticas que hemos tenido), dejó un comentario en la tal entrada mencionando, precisamente, este Nulla dies sine linea. Y poco después, de visita por el blog de Guido, otro buen amigo internáutico, volvió a salir a colación, en los comentarios de uno de sus magníficos textos, este proverbio latino. Fue entoces cuando, definitivamente y puesto que no hacía sino aparecer por mi vida con insistencia llamativa, decidí llevar a cabo aquella vieja idea de incluirlo en el frontón de Finis Terrae.

Y, bueno, ahí está, presidiendo estas páginas verdes. Claro que nada se gana con ello si la teoría no se lleva a la práctica. Lo estoy intentando (bonita perífrasis que pone de manifiesto la sinceridad de mis intenciones), aunque haya días, como el de ayer, en que los deseos se guarden para mejor ocasión, como hoy... :-)

Os dejo, pues, que, siguiendo el buen consejo que Posodo escribió en estas páginas hace poco: trabajo, trabajo y trabajo, tengo que ponerme a eso: a trabajar. Un crimen me aguarda y es muy feo que los asesinos... hagamos esperar a nuestras víctimas ;-)

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*Nulla dies sine linea: ‘ningún día sin una línea’. Esto se decía del pintor Apeles, que cada jornada añadía al menos un trazo a sus obras. Dicho de los escritores, que no deben dejar pasar un día sin escribir aunque sea un renglón.

viernes, 9 de julio de 2010

Definitivamente..., necesito ayuda

Definitivamente..., necesito ayuda

Creo que muchos de vosotros no os sorprenderéis, amigos, si os confieso que ayer pasé la tarde perpetrando un asesinato. Aunque, en realidad, y para ser completamente precisa, el asesinato aún no lo he consumado, pero sí lo estuve urdiendo. De hecho, todavía no sé qué va a ocurrir. De momento únicamente tengo claro (y sólo medianamente) que va a haber un... cadáver sobre ruedas, o al menos así he titulado mi nuevo crimen. La cuestión, que se me va el hilo y me alejo de mi objetivo, es que parte de la tarde la entretuve en casa de una amiga donde, torpe de mí, se me escurrió de entre los dedos una caja con alfileres que se desparramaron sin remedio por el suelo. Obviamente, me agaché de inmediato, rauda y veloz cual ágil gacela, para intentar arreglar el desaguisado y, entonces, mi amiga, que tiene una cabeza la mitad de la cual quisiera yo para mí, me detuvo y me dijo: No los recojas con la mano... Mejor así. Y entonces utilizó un método que me reservo porque... me dio la idea para otro asesinato. Y hete aquí que llegamos al porqué del título que lleva la entrada de hoy: definitivamente..., estoy enferma y necesito ayuda, amigos, no sé si de un psiquiatra, un psicólogo o un brujo africano que me libere del maleficio, porque... qué diría, por ejemplo, mi pobre madre, por poner a alguien que me quiere y está dispuesta a comprenderme hasta las últimas consecuencias, si supiera que a su hija todo, ¡todo!, le inspira un nuevo crimen...

Luego..., también estoy enferma por otras causas. Por ejemplo el calor. Odio, odio, odio el verano..., pero ni siquiera en esto soy original..., que ya lo dije en su momento. ¡Qué tortura de tarde, Dios mío!
-Dicen que este verano las temperaturas van a superar en dos o tres grados la media -me dijo ella hace unas semanas-. Uffff -añadió-, qué ganas tengo.
Y yo, que llevo un tiempo ensayando a ver si logro por fin la anhelada mirada asesina, paralizante y humanicida, con la que todos soñamos alguna vez, la intenté con ella... sin consecuencias, al parecer, porque me sonrió, se dio la vuelta y se fue. Pero eso no es óbice para que yo siga odiando, odiando y odiando este tormento infernal que es el verano, invento, sin duda, del mismísimo Lucifer, que nos va preparando así para sus calderas. Sed buenos. Hay que evitar la condenación eterna a toda costa. Sea como sea. Cueste lo que cueste. Por cierto que una buena manera de conseguirlo es venir a a visitar este blog. Eso da muchos puntos.

Yo llevo un rato preguntándome si en el Averno habrá posibilidad de conseguir una toalla húmeda, porque ese fue el remedio de la abuela que utilicé para pasar el resto de la tarde (ese resto en el que no estuve asesinando ni recogiendo alfileres): recostada en el sofá, con un paño mojado sobre la frente... y los ojos, que esa es otra: verano, en mi caso, es igual a horrible sufrimiento ocular. Debo de ser la mayor consumidora de Viscofresh del mercado español y probablemente planetario. Las gotas me calman, claro, pero como no son suficientes..., suelo crear una micro-atmósfera propia, fresca y húmeda, en torno a mis ojos colocando la ya mencionada toalla mojada sobre ellos. Y, claro, así... no hay manera de escribir (porque además la pantalla del ordenador me fríe las retinas), así que, mientras dura mi postración vespertina no puedo sino... Sí, seguro que el lector de Finis Terrae lo ha adivinado: no puedo sino urdir, tejer y maquinar fechorías, robos y asesinatos.

De modo que, o alguien me proporciona un oculista que me recete algo más efectivo que el maldito Viscofresh, o me recomienda un psiquiatra que me arregle la azotea.

jueves, 8 de julio de 2010

El guardián entre el centeno

El Guardián entre el centeno (J. D. Salinger)

Clásico americano que, al parecer, todo adolescente estadounidense lee en las escuela y cuya lectura yo, entre unas cosas y otras, he ido posponiendo hasta hace poco. Tan ligada parece estar esta novela a la adolescencia, que incluso la leí con vistas a incluirla en la lista de lectura que les mando a mis alumnos. Sin embargo, pocas páginas llevaba cuando ya había desechado la idea. En España los padres son muy progres y adelantados, son muy comprensivos y muy amigos de sus hijos, muy modernos y hechos a todo…, pero no quiero ni imaginar lo que algunos hubieran dicho de mí en el despacho de Dirección de haber obligado a leer este libro a su hijo. En fin…

A mí me ha gustado, claro, pero no estoy segura de que me hubiera resultado una historia muy creíble si hubiera pasado por mis ojos a una edad más temprana. Tampoco entiendo la fama de la novela: que sea una historia entretenida y escrita de un modo que recuerda más a una conversación que a la lectura de un libro, no explica que haya pasado a la historia como lo ha hecho. Quizá la fama se deba en parte a lo rarito que fue su autor. En cualquier caso, recomiendo su lectura, aunque vista la audiencia de este Finis Terrae, repleta de buenos lectores, probablemente era yo el único bicho raro que quedaba por estos lares sin haberla leído :-)

martes, 6 de julio de 2010

Life's dots

Life's dots

Con harta frecuencia, en los años que llevo vividos han sucedido hechos en mi vida absolutamente incomprensibles a la sazón que luego, sin embargo, se han explicado con una lógica aplastante, además de mostrarse imprescindibles para que corriera mi existencia por la senda por la que debía transitar y sin los cuales, pues, hubiera variado ésta notablemente.

Es fácil asumir aquello que en un principio se rechazaba cuando el devenir de la vida muestra que, al fin, era algo positivo para uno. Pero eso no tiene gran mérito, la verdad. A toro pasado, las cuentas se echan de otra manera. Sin embargo, sí sería meritorio aprender la lección y confiar para la próxima, esto es, esperar con fe cuando los puntos todavía inconexos parecen enloquecer la existencia propia que, para colmo, se vuelve hermética.

Esta mañana, de visita en el blog de la Editorial C & M, me topé con un breve, pero interesante, articulito sobre Arthur Conan Doyle. En sus comentarios, había uno escrito por Lady Boheme, del blog Leo, luego existo, en el que dejaba un enlace hacia un vídeo muy interesante que muestra un discurso de Steve Jobs en la universidad de Standford.




Vengo pensando en él desde esta mañana..., mientras observo curiosa los puntos deslavazados que ahora mismo se pasean ufanos por mis días, como gallos de corral, y trato de imaginar cuál será finalmente la figura que conformarán cuando una línea los una. Porque, desde luego, el trazo de esa línea llegará.

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Nota: dejo el enlace directo a YouTube para aquellos que accedan desde un lector de noticias que no soporte la visualización de vídeos: Discurso de Steve Jobs en Standford.

domingo, 4 de julio de 2010

Todo tiene su fin

Todo tiene su fin

A veces (afortunadamente, no siempre) es una lástima que las cosas de este mundo alcancen un punto que signifique su final. Y es que, a pesar de Ken Follet, éste es un mundo con fin. Y, precisamente, aunque con gran pesar de mi alma, contar uno de esos finales que producen lástima es lo que me trae hoy hasta aquí.

El pasado viernes por la noche, cuando volvía a casa, pasé por delante de mi librería favorita. Una que está a 200 metros de mi casa y que conozco desde que tengo uso de razón. Como es habitual en mi proceder siempre que paso ante su escaparate (por algo dicen que el hombre es un animal de costumbres) me detuve para echar un vistazo, aunque las luces estaban ya apagadas. Sin embargo, y a pesar de ello, la luz de las farolas suele ser suficiente para distinguir los títulos que se exponen en él. Esa noche, empero, no fue así... No pude descubrir ninguna de las posibles lecturas que durante tantos años me han llamado desde allí y que casi siempre han hecho de mí víctima de sus cantos, como Ulises de los de las sirenas, cuyo ahogamiento tan sólo unas fuertes ligaduras amarradas al mástil de la nave pudieron evitar. En esta ocasión, sin embargo, no hubo melodioso gorgojeo que me canturrearra... Por no haber, no había ni libros, de ahí que ni a la exigua luz de las farolas me fuera dable distinguirlos. Sólo un enorme cartel pegado sobre la luna del escaparate era absolutamente visible y..., hasta cierto punto, trágico: "30 de junio, último día de apertura de la librería X", rezaba el cartelón.

Puede que el hecho de que una librería eche el cerrojo a su puerta no signifique nada para el lector de estas líneas, pero el que lo haga ésta, precisamente, sí lo significa para mí. He pasado allí muchas horas de mi vida a lo largo de los... taitantos años de existencia que ya llevo consumidos y ahora, según pude apreciar la noche de autos entre las sombras fabricadas por la escasa luz que con trabajoso esfuerzo se abría paso en la oscuridad de su cadáver, ya no queda nada de mi adorada librería, salvo unas estanterías tétricamente vacías.

Poco a poco, mi infancia y adolescencia van desapareciendo de estas calles: la lechería de Margarita; la panadería donde, todos los días antes de irme al colegio, dejaba, al cuidado del panadero, la bolsa con las barras de pan que luego recogía a la hora de comer; el chamarilero al que le vendía los papeles usados que mi ingenio era capaz de recolectar aquí y allá, y con cuyas ganancias llegué a comprar, a lo largo de muchos, muuuchos años, la colección de Tintin casi íntegra; Alejandra, la pollera; Pastrana..., cuyo ultramarinos fue nuestro suministrador de viandas casi media vida y de quien nos proveímos con numerosas latas de conserva, picos de leche y botellas de agua la tarde de un lejanísimo 23 de febrero de 1981... Ya nada queda de todo aquello, ni siquiera la librería...

Claro que..., puestos a escarbar, como si de un Expediente X se tratara, en las desapariciones que han venido acaeciendo a lo larto de todos estos años, es imposible pasar por alto dos de ellas que parecían querer escaparse de la lista. Y es que, llegados a este punto, se plantea un interrogante de infeliz respuesta. Porque..., estimado lector, a estas horas de la vida..., mi infancia y mi adolescencia..., ubi sunt?

viernes, 2 de julio de 2010

El druida del César (Claude Cueni)

El druida del César (Claude Cueni)

Aunque quizá sucinta la mención, ya tuve oportunidad de referirme a esta novela en ocasión anterior, al hilo de una crítica al modelado que de la realidad hacen –políticos, medios de comunicación o grupos de presión– con sólo el cambio de algunas palabras. Por si hay algún lector interesado en recordarlo, la entrada a la que aludo puede encontrarla pinchando sobre el enlace De cómo Adán (probablemente) fue quien comió del árbol prohibido.

En la novela, encontramos a Corisio, un joven tullido de origen celta, que se verá envuelto en una interesantísima aventura que le llevará a convertirse en el druida del César. A través de su historia, el lector va conociendo los entresijos de la política y el mundo militar que envolvió la vida de Julio César, así como las causas que le llevaron a emprender la Guerra de las Galias. Todo ello lo presenta el autor envuelto en una trama muy entretenida en la que Cueni sabe cómo unir aventura, amor, traición, lealtad y el resto de ingredientes de los que, al fin y al cabo, se compone la vida humana.

Novela que recomiendo por completo. Y ello por tres razones: porque con ella el lector reaviva sus conocimientos históricos, porque se sumerge en una interesante trama que le entretendrá muchísimo y porque está magníficamente escrita, de modo que su lectura es un auténtico placer.

Belén 2013

Belén 2011