domingo, 27 de junio de 2010

Caminos inescrutables

Al lector interesado en este texto:

Aquel que no haya leído previamente las historias El arca de Noé y Fe debería hacerlo, pues, de otra forma, no podrá entender el que ahora mismo tiene ante sus ojos.

Caminos inescrutables

Allí no había nada. Ni siquiera él era consciente de estar. No, hasta que la alarma comenzó a sonar y el ordenador central activó el programa que controlaba la cápsula de sueño e inició el proceso de deshibernación que habría de interrumpir el largo dormir del viajero sideral. A pesar de la urgencia que el repetitivo sonido de la alarma sugería, despertar y volver a la vida un cuerpo que había dormido durante sabe Dios cuánto no era cuestión baladí. Sin embargo, y a pesar de la aparente urgencia, la actuación humana no parecía imprescindible: para cuando David logró volver a su ser y fue consciente de la situación, la nave había recabado los datos necesarios para la toma de cualquier decisión y, en previsión de un ataque, tenía activadas todas las defensas, pese a lo cual el vello de David se erizó cuando supo lo que ocurría.
-Infórmame -le gritó al ordenador central mientras recorría los pocos metros que lo separaban de la sala de mandos.
-Aproximación de nave desconocida -contestó la máquina.
-¿Desconocida? ¡Es imposible! -exclamó David para sí-. ¿Nos ha detectado?
-Afirmativo.
-¿Amenazas?
-Ha activado sus defensas.
-Como nosotros -pensó David-, lo que no significa que alberguen intención de ataque...

Trataba así de alcanzar una confianza que, sin embargo, no lograba asir por completo. Sabía que la nave guardaba grandes posibilidades, tanto de ataque como de huida, y que no era fácil, por tanto, ni capturarla ni destruirla, sin embargo, su calma era aparente y él era consciente de ello, lo que le hizo sonreír: ¿a quién trataba de asombrar? ¿A un ordenador, tal vez? El único organismo vivo en aquel espacio resguardado de la nada por unas potentes, pero simples, paredes metálicas era él.
-Características de la nave -pidió con voz imperiosa al ordenador.
-Similares a otras naves terrestres.
-¿Cómo?
-Similares a... -trató de repetir la máquina.
-¿Y, sin embargo, desconocida? -gritó David.
-Afirmativo.
-¡Es imposible! Has cometido un error.
-Negativo.
-Imagen.
Una amplia pantalla se desplegó delante de sus ojos e inmediatamente apareció reflejada sobre ella la figura de una nave de aspecto ciertamente similar a la suya propia.
-¿Qué símbolos son esos que muestra en su proa? -preguntó David. Por toda respuesta, el ordenador activó el zoom y una palabra apareció ante los ojos del anonadado astronauta:- Prometheus... ¡La nave se llama Prometheus! -exclamó a gritos David-. Dios santo..., es una nave terrestre...
-Imposible -atajó la voz del ordenador-. No existe ninguna nave con ese nombre en la base de datos.
-Comunicación.
-No existen canales abiertos.
-Búscalos.

A David le llevó un buen rato asimilar el hecho de que la voz que se escuchó a través de los altavoces fuera humana y se expresara en inglés y, sin embargo, lo fue aún más descubrir que la nave, efectivamente, procedía de un planeta que ellos llamaban Tierra, que estaba situado en las coordenadas exactas donde un día giró su propio planeta en torno al Sol que reinaba en su sistema solar y que... ese planeta, empero, se movía ahora en la más rotunda oscuridad alrededor de una estrella que ya no existía en un universo que se había apagado. Las noticias, por más que no hubiera motivo aparente para que fueran falsas, debían de serlo. La Tierra, su Tierra, se consumía en aquellos precisos instantes en una bola de fuego y no había nada que pudiera hacerle concebir otro final para aquella catástrofe que le había expulsado de su hogar y obligado a emprender una aventura que, tras la muerte de Laurence y los embriones, lo había dejado absolutamente solo en el universo.

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Sólo el tiempo le otorgó la confianza suficiente para que decidiera, al fin, acceder a una entrevista cara a cara con los viajeros de la nave Prometheus, náufragos estelares como él mismo.
-¿Deseas una taza de té o tal vez te apetecería algo... un poco más fuerte? -preguntó el capitán mientras mostraba una botella de coñac.
-Por favor... -contestó David con la mirada fija en la botella.
-Entonces, no hay duda -prosiguió el capitán de la nave Prometheus-, ambos procedemos del mismo planeta...
-¡Parece increíble!
-Y, sin embargo, ha sucedido.
-Esto es más difícil que hallar una aguja en un pajar.
-Jajajajaja -rio el capitán-. Si hasta tenemos los mismos dichos...
-Pero es, ciertamente, lo que ha ocurrido. Que encontrarais ese agujero de gusano que os condujo hasta este universo es verdaderamente increíble. Mi nave, sin duda, también atravesó uno durante mi periodo de hibernación...
-Y aquí estamos ambos, procedentes de un mismo planeta que ha existido en universos diferentes y cuya destrucción nos expulsó de él.
-La tuya por el frío y la oscuridad, la mía por el calor... ¡Qué desenlaces tan dispares...!
-El Destino, sin duda, amigo... Estaba escrito que nos encontráramos y le diéramos una nueva oportunidad a la humanidad. En mi Tierra quedaron en suspenso, creyendo que jamás alcanzaríamos el éxito. Nuestro encuentro, sin embargo, me da mucho qué pensar. Sin duda, ese Dios en el que tan poco fiamos, ha movido algunos hilos y...
-Nos ha regalado esa nueva oportunidad.

David pensó en Laurence, cuyo cuerpo congelado aún no se había decidido a expulsar de la nave. Torció el gesto por ella... ¡Cuán feliz hubiera sido de haber compartido aquel momento! La felicidad de no saberse solo lo embargaba, pero ello no era óbice para que sintiera cierto pellizco en el alma por haber perdido a su compañera. La voz potente del capitán, sin embargo, lo sacó de su meditación errabunda:
-Venga, David, quiero que conozca al resto de la tripulación. Permítame presentarle a la teniente Laurence...

jueves, 24 de junio de 2010

Universos paralelos

Universos paralelos

Si es verdad eso que algunos científicos se atreven a augurar sobre que existen multitud de universos paralelos, en cada uno de los cuales vivimos una existencia diferente, éste en el que estoy, no me cabe ninguna duda, no es el mío. De él sólo salvaría a la familia y algunos amigos; aunque si todo es paralelo en esos universos, también lo será quien te rodea, ¿no...? Uuuffff, ahora que pienso en alguno de los elementos que pululan a mi alrededor..., espero que no, que sólo sean aquellos a los que quieres los que comparten contigo su existencia en otro lugar.

En cualquier caso, ahora que se acercan las vacaciones y empieza mi cerebro a organizarlas, proyectando actividades y llenándose de propósitos, sobresale entre todas esas intenciones del Programa Verano 2010 la de sacar el telescopio y escudriñar los cielos estrellados en busca de ese otro universo en el que vivo en una casita edificada sobre la verde ladera de una loma frente al mar. Cuido de un huerto, emboto bonito, hago queso y fabrico jabón casero. Escribo. Escribo mucho. Paseo, aspiro el fresco aroma del bosque o el húmedo aire marino. En otoño atisbo la lluvia tras el cristal de la ventana y en invierno enciendo la lumbre a cuyo amor paso las tardes leyendo. Nado en verano y paseo en primavera. Mi pastel de manzana es el mejor de toda la comarca; mi besugo al horno, un manjar. Allí no existe la gente gritona, la música estridente ni el maldito botellón. Los jóvenes son educados, los padres no confunden colegueo y paternidad. Las vecinas tienen jardines cuidados y suelen darte esquejes de madreselva o matas de melisa para que inunden el tuyo con su fragancia...

Definitivamente:

-Punto 1 del Plan Verano 2010: sacar el telescopio del doblado.

martes, 22 de junio de 2010

Lo nunca visto...

Lo nunca visto...

Al parecer, antiguamente, los alumnos agradaban a sus profesores llevándoles pequeños regalos con los que agasajarlos. Me viene a la memoria una escena, en la preciosa serie Ana de las Tejas Verdes, basada en la deliciosa novela de título idéntico escrita por Lucy Maud Montgomery, en la que una alumna entrega a la profesora una manzana como regalo.

Mucho han cambiado las cosas desde entonces, claro, y lo de la manzana ya no se estila. Ahora -puedo dar fe de que a veces me ha ocurrido- te traen bombones, algún adorno para la casa e incluso algún que otro bote de colonia. Lo que nunca me ha regalado un alumno agradecido es, desde luego, una manzana.

No acostumbro apetecer los regalos de los alumnos, primero y sobre todo, porque me resulta embarazoso recibirlos y, segundo, porque en general no aciertan con mis gustos y a veces me quedo con ellos colgados, sin saber qué hacer. Es el caso de los adornos (todavía tengo metida en su caja la figurita de una menina a la que el único uso que he encontrado es el de sujeta-libros..., y ni aun así me decido a colocarla en la estantería). La colonia... es algo muy personal, ¿no?, de modo que a veces los gustos divergen bastante; y en cuanto a los bombones..., no suelo probarlos (así que eso que gana mi madre, destinataria final de las cajas que me regalan). No crea nadie, sin embargo, tras la lectura de este párrafo, que no agradezco la intención, que lo hago, y mucho, además de azorarme cuando los recibo.

Pero, volviendo al asunto de los regalos alumniles, visto que el verano se aproxima y que la línea pasa la factura de los excesos cometidos durante el invierno, lo de la manzana no sería una mala idea. Sin embargo, amigos, este año me ha sucedido algo que ha sido, tal y como lo defino en el título de esta entrada, lo nunca visto. Y eso que es típica la broma del alumno que te pregunta: "Profe..., ¿me apruebas si te regalo un...?". Sí, sí..., querido lector, eso es lo que me han regalado: los alumnos de mi tutoría se presentaron ayer en el colegio con un...


para la profesora que les da ACT y para mí misma, que además de ser la tutora les doy (y aguanto durante 9 horas a la semana) ASL. Una tierna tarjetita rodeaba la pata del jamón. Me he quedado ojiplática..., y mi compañera..., como yo. Nunca antes nos había pasado nada como esto. ¿Me imagináis saliendo del colegio con un jamón debajo del brazo? Pues ayer esa imagen fue una realidad.

No han sido los padres, sino los alumnos los que han comprado el jamón con sus ahorros..., y eso te da qué pensar. Por eso ayer, cuando se lo conté, mi madre me dijo: "Hija, eso es que te aprecian...". Creo que sí..., que lo hacen..., y su aprecio es, sin duda, lo mejor del regalo.

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PD: Ahora toca encontrar a alguien que lo haga tapas y las envase al vacío...

domingo, 20 de junio de 2010

Este indiscreto Blogger...

Este indiscreto Blogger...

Hace unos meses tuve un pequeño problema en el blog: de un día para otro, los enlaces comenzaron a aparecer en un horrible color azul que desdecía bastante con el fondo de mi querida Finis Terrae y creo, además, que se presentó alguna otra dificultad que ahora no recuerdo. La cuestión es que los problemas fueron provocados por mí misma porque tenía la costumbre de escribir mis textos en Word y después copiarlos desde allí al editor de Blogger. No sé qué tipo de interferencia producía, pero el caso es que al blog no le gusta que así lo hiciera. Me recomendaron que, si quería pegar contenido desde Word, debía hacerlo pasar primero por el Bloc de notas y así lo hice..., hasta que me cansé y decidí seguir el consejo que Posodo me había dado y que consistía, ni más ni menos, en escribir directamente en el editor de Blogger.

Sin embargo, este método presenta, a su vez, dos problemillas: uno, que desde que lo hago no tengo guardada copia de mis entradas en el disco duro de mi ordenador, lo que me preocupa algunas veces al pensar en lo que ocurriría si alguna vez Blogger perdiera mis archivos; y, otro, que a veces, mientras escribo, me confundo de botoncito... y en lugar de presionar el de Guardar ahora, le doy al de Publicar entrada y..., ¡horror!, de repente veo cómo se publica mi escrito sin que, quizá, lo haya acabado. Toca entonces borrarlo cuanto antes para evitar que un lector pueda advertirlo y sumergirse en la lectura de un texto inacabado. No obstante, hay un chivato en la Red que no me deja borrar las pruebas totalmente y, a pesar de mi celeridad en hacer desaparecer las evidencias (que dirían los malos traductores de las series policiacas), siempre queda una huella... que me delata.

El chivato se encuentra, concretamente, en el blog de Bate y en el diario de Posodo, donde aparecen en una lista sus blogs favoritos (entre los cuales tiene el honor de figurar el mío), la cual se actualiza, mostrando de inmediato el título de la entrada recién publicada, en el momento en que cualquiera de ellos presenta una novedad. Y es así que..., de visita hace un rato por las bitácoras de estos amables amigos internáuticos, descubrí que aparecía mi querido Finis Terrae actualizado junto al título The red scorpion... "¡Oh -exclamé como uno de los personajes de mis historias-, no es posible!". Volví presurosa a mi verde hogar y rebusqué entre las entradas recientemente publicadas por ver si, una vez más, el maldito botón Publicar entrada había hecho su trabajo con la eficacia en él acostumbrada, sin embargo, no pude encontrar resto alguno de mi escorpión encarnado. Yo no recordaba haberlo publicado y borrado después, tal y como me ha ocurrido en ocasiones anteriores. Así pues..., ¿cómo era posible que apareciera el aviso publicado en la bitácora de estos dos amigos? Sin duda éste es un caso digno de aparecer en el Atrápame... El problema es que no se me ocurre qué solución encontrarle al crimen.

miércoles, 16 de junio de 2010

El camino del Norte (Horacio Vázquez Rial)

El camino del Norte (Horacio Vázquez-Rial)

No conocía a este autor y, por tanto, tampoco había leído ninguna de sus novelas hasta que en este blog se comentó sobre él y sobre este título (y algún otro). Las recomendaciones eran tan buenas que no dudé en hacerme con la novela y leerla de inmediato, saltando todas esas otras que están en la cola de espera desde el principio de los tiempos. No me arrepiento: la novela me encantó de principio a fin.

Se trata de un texto donde prima el diálogo, algo entendible puesto que el autor es un auténtico mago a la hora de construir los diálogos que mantienen sus personajes. Es, también, una novela sumamente optimista (y recomendable, pues, para todo aquel espíritu que se halle en época morriñosa) que narra la historia de alguien que vuelve a la vida decidido a reconstruirla. En las narraciones de Horacio Vázquez-Rial, siempre hay alguien que vuelve a empezar, se nos dice en la contraportada. Ésta, sin duda, es un ejemplo de ello. Por variados motivos, animo, pues, a su lectura.

domingo, 13 de junio de 2010

Eppur si muove!

Eppur si muove!

Tres han sido los momentos (que yo recuerde) que han hecho tambalear los cimientos sobre los que sustentaba parte de mis creencias. Uno tuvo lugar en mi infancia, cuando mi madre me descubrió quiénes eran los Reyes Magos; otro, en mi adolescencia, cuando, entretenida en leer una novela, supe que la infalibilidad papal la habían dictaminado las falibles mentes de los reunidos en el Concilio Vaticano I, lo que me hizo saltar de la cama donde leía y correr hasta el salón para preguntarle a mis padres si aquello era cierto; y, tres, cuando, en mi temprana juventud y de la mano de un libro escrito por Claude Allègre -cuyo título no recuerdo ahora, pero del que podré dar informes al lector interesado en cuanto llegue a casa-, la frase que titula la entrada de hoy perdió todo el heroísmo que yo le achacaba. Sí, Galileo dejó de ser la mente científica que se enfrentaba al oscurantismo -que también dejó de serlo- para convertirse en el tipo soberbio que, a pesar de su preclara inteligencia, dejaba que la arrogante personalidad que lo dominaba dictara sus movimientos.

Hoy, avanzando en la lectura del libro, Historia básica de la ciencia, que ya mencioné hace unos días, me encuentro de nuevo con unos párrafos dedicados a Galileo que no le son muy favorables en su juicio: De las más de 8.000 publicaciones de toda índole sobre Galileo, son abundantes las que aluden al proceso inquisitorial que sufrió y que incurren en parcialidad o repiten viejos tópicos. [...] Aunque resulte sorprendente, el proceso a Galileo no fue, como tantas veces se afirma, el resultado de un debate interno entre los católicos sobre el modo de encarar las implicaciones religiosas de la naciente ciencia natural.

[...]

Cuando Galileo llega a Roma el 1 de abril de 1611, es recibido con honores por el papa Pablo V, es nombrado miembro de la Academia dei Lincei y los jesuitas astrónomos y matemáticos del Collegio Romano celebran su llegada. El cardenal Bellarmino pide informes a Christopher Clavius sobre la fidelidad de las observaciones. El cardenal Maffeo Barberini alaba públicamente a Galileo (más adelante se convertirá en el Papa Urbano VIII).

[...]

Desde la publicación de la documentanción completa del juicio contra Galileo en 1870, toda la responsabilidad de la condena a Galileo ha recaído tradicionalmente sobre la Iglesia católica de Roma. Sin embargo, la imagen que tradicionalmente se ha presentado de una jerarquía eclesiástica retrógrada, que habría censurado a Galileo por ser el exponente del progreso que amenazaba arrubar los dogmas con que cobijaban sus privilegios, en modo alguno se compadece con la verdad. No podemos olvidar que, en aquellos momentos, la Iglesia católica representaba, desde el punto de vista socio-cultural, la potencia más pujante del orbe. Incluso, desde la óptica estrictamente científica, no había en toda Europa nada comparable con el Colegio Romano de los jesuitas. Galileo, como cualquier matemático y astrónomo de su generación, lo sabía muy bien y trató de conseguir por todos los medios, no sólo que la autoridad religiosa tolerase el copernicanismo, sino, además, que lo adoptara oficialmente. La tolerancia del copernicanismo la tenía ya conseguida, pues, de hecho, la hipótesis astronómica copernicana había circulado libremente en los países católicos desde su formulación. En la Universidad de Salamanca, por ejemplo, se explicaba desde 1561, y preferentemente desde 1594. Pero el programa intelectual de Galileo choca de frente con las autoridades eclesiásticas.

El 24 de febrero de 1616, una comisión del Santo Oficio descalifica la afirmación de que el Sol sea el centro del mundo y esté quieto y que la Tierra no sea el centro del mundo y se mueva. [...] El Papa ordena al cardenal Bellarmino que advierta a Galileo que abandone sus puntos de vista copernicanos (26 de febrero de 1616). Galileo se compromete bajo juramento a guardar silencio.

Pero, en 1624, Galileo, que nunca da una batalla por perdida, empieza a trabajar en lo que será su defensa más paladina del sistema copernicano. Comenzó a escribir un libro que quiso titular "Diálogo sobre las mareas", en el que trataba las hipótesis de Ptolomeo y Copérnico respecto a este fenómeno. En 1630, el libro obtuvo la licencia de los censores de la Iglesia católica de Roma, pero le cambiaron el título por "Diálogo sobre los sistemas máximos", y fue publicado en Florencia en 1632. De sus tres personajes, Simplicio y Salviati defienden, respectivamente, el sistema aristotélico y el copernicano, mientras que Sagredo es la persona de buen juicio que media entre uno y otro. [..] Simplicio es el personaje tradicional y aristotélico que aduce razones propuestas por filósofos de la época y hasta expone un argumento utilizado por el propio Urbano VIII.

Inmediatamente Galileo fue llamado a Roma por la Inquisición a fin de procesarle bajo la acusación de "sospecha grave de herejía". Este cargo se basaba en un informe según el cual se le había prohibido en 1616 hablar o escribir sobre el sistema de Copérnico. [...] Por el incumplimiento de su juramento y, en menor medida, porque en verdad el Papa Urbano VIII se sintiera caricaturizado por Galileo al poner éste en boca de Simplicio una opinión suya, Galileo es juzgado y condenado; el castigo implica la abjuración de la teoría heliocéntrica, la prohibición del "Diálogo...", la privación de libertad (que es conmutada por arresto domiciliario) y algunas penitencias de tipo religioso. La tradición ha inventado que, al levantarse Galileo tras permanecer arrodillado para la abjuración, golpeó con fuerza el suelo con el pie y exclamó: eppur si muove!.

[...]

El estudioso W. Brandmüller incide más en que la equivocación no residió sólo en el tribunal inquisitorial, sino que afectó a las dos partes: a Galileo y a los eclesiásticos que le juzgaron. Paralelamente, como suele suceder en todo debate, las dos posturas albergaban argumentaciones correctas: "Se da el hecho grotesco de que la Iglesia, tantas veces acusada de error al meterse en un terreno tan alejado de su competencia como el de las ciencias naturales, tuvo razón al exigir a Galileo que defendiera sólo como hipótesis el sistema copernicano [...]".

Efectivamente, Galileo fue condenado por no acatar, a pesar de haber sido oficialmente conminado a ello, la prohibición de 1616 de enseñar y defender el sistema copernicano. El inspirador de tal prohibición, el cardenal Belarmino, había reconocido claramente que, si la tesis copernicana fuese demostrada palmariamente, no habría más remedio que cambiar los criterios exegéticos vigentes. Hoy se admite que Galileo no tenía tal demostración, sino que fue aportada por Newton en 1687, al derivar las leyes de Kepler desde la ley universal de la atracción gravitatoria. Las afirmaciones de Belarmino indican que los teólogos pensaron que, si aceptaban la versión galileana del sistema copernicano, tendrían que tomarse un trabajo considerable en el campo de la hermenéutica bíblica y en lo referente a la determinación de la autoridad de las interpretaciones de los Santos Padres. Como consideraron que la posibilidad de verse obligados a ello eran remotas, prefirieron ahorrarse el trabajo y proscribieron las voces que planteaban tan incómoda exigencia. Galileo, en cambio, pretendía que en los temas que no afectaban directamente al dogma y la moral, se otorgara preferencia a las conclusiones sobre el sentido literal de unas fórmulas que podrían ser reinterpretadas fácilmente. La historia ha dado en esto la razón a Galileo, y hay base suficiente para pensar que aquellos teólogos se dejaron llevar por la indolencia y el escaso aprecio por la capacidad de la razón humana.

O sea que, unos por perezosos y otro por orgulloso (Galileo, Galileo..., que no tenías la demostración palmaria de que aquello fuera cierto y, por tanto, estabas obligado a tratarlo como hipótesis), la casa sin barrer...

La figura de Galileo Galilei volvió a ponerse de actualidad en 1979, cuando se inición, por una comisión nombrada por Juan Pablo II, una investigación para esclarecer los distintos aspectos del proceso al que fue sometido por un tribunal eclesiástico. En octubre de 1992, esta comisión papal reconoció el error del VAticano. Se cierra así un asunto que, envuelto siempre en una atmósfera enrarecida, se ha presentado como símbolo de un supuesto enfrentamiento secular entre ciencia y fe. Sin embargo, los partidarios de esta supuesta confrontación, deben retrotraerse al siglo XVII y, además, sólo disponen de este ejemplo, lo cual no es un argumento muy sólido en favor de su posición.

En cualquier caso, se trata de una polémica rancia y caduca, como concluye Karl Popper: "[...] en la actualidad, esa historia (el proceso inquisitorial contra Galileo) es ya muy vieja, y creo que ha perdido interés. Pues la ciencia de Galileo no tiene enemigos, al parecer: en lo sucesivo, su vida está asegurada. La victoria ganada hace tiempo fue definitiva, y en este frente de batalla todo está tranquilo. Así tomamos una posición ecuánime frente a la cuestión, ya que hemos aprendido, finalmente, a pensar con perspectiva histórica y a comprender a las dos partes de una disputa. Y nadie se preocupa por oír al fastidiosos que no puede olvidar una vieja injusticia".

miércoles, 9 de junio de 2010

Clepsidra

Clepsidra

Me gusta la ciencia. Me encanta. De hecho..., fui por la rama de ciencias puras en mi juventud y por ella me examiné en Selectividad. Cómo vine a acabar viviendo de las letras es una historia larga que no ve en el día de hoy su momento ni en este blog lugar para ser contada.

Pero comienzo esta entrada con esa liviana pincelada biográfica porque es precisamente debido a esa afición que vive en mí por lo que acostumbro a leer con frecuencia textos de divulgación científica de variada índole. Ahora, de hecho, uno de los libros que ocupan mi tiempo libre es precisamente una Historia básica de la ciencia donde estoy recordando mucho de lo que he leído en otras ocasiones y aprehendiendo nuevos conocimientos. Y tanto me gusta..., que estos días de atrás me cruzó la mente la idea de abrir un nuevo blog al que llamaría Clepsidra, de ahí el título de la entrada de hoy, donde ir subiendo todas esas interesantes historias que aprendo con mis lecturas. No lo haré, supongo (ay, ese tiempo que se me escapa tan raudo), y la idea de la bitácora llamada Clepsidra se quedará escondida entre las teclas, pero no me resisto a incluir aquí algunos datillos (de sobra conocidos pero no por ello menos interesantes) sobre los que se han paseado mis ojos en los últimos días. Por ejemplo:

-El vocablo ciencia procede del latín scientia, de scire, "conocer".

-Ptlomeo I Soter fundó en Alejandría el Museo, templo dedicado al honor de las Musas junto al que e construyó una gran Biblioteca (500.000 volúmenes en sus comienzos). Además de la Biblioteca, el Museo disponía de grandes recursos materiales para la investigación: salas de lectura, de estudio, de disección de animales, observatorio astronómico, parque zoológico, jardín botánico, etc.

-Eratóstenes (276 a.C.-196 a.C.) fue bibliotecario en la ciudad griega de Alejandría, en Egipto. Desarrolló un experimento para medir la circunferencia de la Tierra, basado en la observación de que el Sol iluminaba el fondo de un pozo en Asuán, al mediodía del solsticio de verano. Descubrió que a la misma hora, el ángulo era en Alejandría, unos 800 kilómetros al norte de Asuán, de cerca de 1/50 de círculo. Dedujo que la distancia de Alejandría a Asuán debía de ser de 1/50 de circuferencia de la Tierra, que calculó en 40.000 kilómetros. Esa conclusión estaba asombrosamente cerca de la verdad, ya que los cálculos actuales han establecido que la cifra es 40.007 km.

Tres breves anotaciones con las que, sin embargo, ya he satisfecho mi necesidad clepsídrica ;-)

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Notas tomadas del libro Histórica básica de la ciencia, de Carlos Javier Alonso.

lunes, 7 de junio de 2010

Acabarán por darme la espalda...

Acabarán por darme la espalda...

Sí, lo sé, las Musas no volverán a mirarme a la cara. Y es que no puede ser que después de tanto esfuerzo que derrochan conmigo se muestren generosas durante mucho más tiempo al ver cuán poco aprovecho su ingente laboriosidad.

Entretienen mi tiempo estos días una serie de lecturas que no hacen sino proveerme de abundantes ideas sobre las que construir una historia. No hace un párrafo que acabo de leer sino sugerirme una trama con la que empiezo a frotarme las manos, cuando ya hay otra naciendo deprisa y empujando hacia el vacío a la que sólo tiene unos segundos de vida. Así, se van acumulando unas sobre otras y, al final, todo queda en agua de borrajas.

Queda, bien es verdad, el espíritu errabundo de muchas de ellas flotando en mi interior, pero para cuando algunas de sus partes comienzan a emerger de esa agua oscura y profunda que es el olvido, se ha perdido el esqueleto de la historia sobre el cual ir colocando músculos, nervios y tendones que le confieran la vida de la que luego ha de disfrutar el lector.

Veo ya cómo las Musas se vuelven y su espalda empieza a asomar ante mis ojos. Buscan, sin duda, otro ser que aproveche sus dádivas mejor que yo.

miércoles, 2 de junio de 2010

Historia negra de los papas

Historia negra de los papas (Javier García Blanco)

Libro curioso que hace un rápido repaso por la historia del papado, en especial por su primera época, y enfoca la lupa sobre aquellos ocupantes del trono de Pedro que destacaron por la traición a los postulados de Cristo, por su malvado corazón, su afán desordenado de poder y riquezas o su perfidia.

El libro no está mal, sin embargo, en algunos momentos da la sensación de que el autor ha escrito un poco a vuela pluma y presenta capítulos faltos de investigación y sobrados, tal vez, de cierto sentir personal.

Son numerosas las veces que el lector se tiene que tapar las nariz a lo largo del libro, pero precisamente el hecho de que la Iglesia siga en pie a pesar de la perversidad que ha movido las intenciones de estos malos papas, cuya siniestra labor debería haber socavado peligrosamente los pilares de San Pedro hasta provocar, incluso, su derrumbamiento, para un creyente puede llegar a ser, precisamente, la evidencia incontestable de que Dios verdaderamente existe y cuida de su Iglesia :-)

Belén 2013

Belén 2011