viernes, 30 de abril de 2010

Primero pasan por las aulas

Primero pasan por las aulas

Seguramente muchos de los lectores asiduos a Finis Terrae habrán visto el vídeo que estos días nos está dejando sin habla, en el que vemos estupefactos cómo un joven que entra en el vagón del metro, de repente, y aparentemente sin venir a cuento, da una patada a un viajero, cuya identidad queda oculta al estar su rostro pixeleado, y después lo golpea con saña brutal.

Ayer me enteré de que fue alumno mío... No le pongo cara, pero recuerdo perfectamente su nombre y apellidos. Estoy a ver si encuentro uno de mis antiguos cuadernos de notas y veo en qué clase estaba, a ver si lo sitúo y así logro localizar su rostro en la memoria. Lo que sí sé, porque nos lo han contado algunos otros alumnos que todavía están en el cole y lo conocen -con uno de ellos, por cierto, tuve yo hace pocos días una pelotera- es que al parecer el agresor está ahora bastante aco...ngojado porque tiene miedo de que se le reconozca en las imágenes y vayan a por él los del otro bando.

Hay que jorobarse. Éste es otro de los problemas que está acarreando el pernicioso sistema educativo español: se les exige tan poco, que con nada que hagan aprueban, así que en lugar de dedicarse a estudiar, entretienen su tiempo en insultarse por internet y quedar para pegarse. Si se aburren porque en media hora han estudiado todo..., ¿no podrán escribir un blog, como todo hijo de vecino que se precie ;-), y dejarse de estas violencias y brutalidades?

Lo que me tiene loca es pensar que quizá alguna vez a este tipo le expresé una opinión contraria a la suya... Uuuffff, da miedo pararse a pensar lo que tiene una en el aula día tras día...

miércoles, 28 de abril de 2010

Despierta

Despierta

Después de que el despertador sonara por segunda vez, ella se removió en la cama.

-¿Vas a levantarte o tendré que quedarme despierta hasta que lo hagas?
-Puedes dormirte -contestó él-, ya me levanto.
Le oyó arrastrar los pies por el pasillo y levantar la persiana del salón.

Se arrebujó entre las mantas y dejó escapar un leve sollozo. ¿Por qué le he hablado así?, se preguntó. Sabía que no importaba si el despertador volvía a sonar o no, en cualquier caso, no se volvería a dormir una vez despierta y con él alejándose de su lado. Su matrimonio llevaba tiempo perdido entre marañas de incomunicación, revanchismo y celos. Levantó el cuello y escuchó. La ducha ya no se oía y el olor a café traspasó la puerta del dormitorio. Otro largo día de vidas separadas despertaba. Aún se amaban, aunque quizá sólo por costumbre. Tal vez ni eso. Quizá sólo se trataba de necesidad. Un nuevo suspiro se escuchó bajo las sábanas. Sin duda, aquel reflexionar irreflexivo causaba el pesar que suspiraba.

El tintineo de las llaves le indicó que él estaba a punto de salir. Ella se levantó ágil, ahora que había adelgazado y de nuevo se sentía joven y ligera, y corrió hasta él. Lo abrazó y él, bañado en colonia, correspondió al abrazo.
-Te quiero, te quiero... -dijo ella con vehemencia.
-Y yo a ti.
-No quiero que te vayas.
El silencio se hizo durante un instante. Ella se desprendió de sus brazos y lo miró.
-Vuelve a la cama -la invitó él-. Vas a enfriarte.
La puerta sonó y ella se acurrucó en la cama. No volvería a verlo hasta la tarde.

...

El teléfono sonó con insistencia.
-¿Sí?
-¿Querida?
-Sí...
-Escucha, sólo tengo un minuto...

No era necesario. Ella lo supo sin necesidad de que él lo dijera. Aun así, él se explicó:
-Llegaré tarde esta noche. Me han pasado entradas para el partido del Barcelona. Luego iré a tomar algo por ahí con la gente de la oficina. No me esperes despierta.

martes, 27 de abril de 2010

Ha estallado la paz

Ha estallado la paz (José María Gironella)

Tercera parte de esta obra pensada en un principio por Gironella como trilogía y que, sin embargo, no acaba con esta novela, pues el autor decidió extender la obra más allá . Él mismo nos lo dice en el Prólogo de Ha estallado la paz: […] este libro no va a cerrar el ciclo. Es decir, la obra que concebí, centrada en nuestro drama nacional, no será trilogía como fue anunciado. Habida cuenta de que la etapa histórico-política iniciada en 1939 no ha concluido todavía, de que muchas de sus circunstancias perduran básicamente, he decidido dedicar a la posguerra unos cuantos volúmenes. No me pareció válido, en ningún aspecto, finalizar mi retablo un año cualquiera: 1945, 1950, 1958... Tampoco era factible abarcar en un solo volumen tan largo período. Así que opté por fragmentarlo y por escribir una suerte de Episodios Nacionales que podrían terminar el día en que se produzca la sucesión en la Jefatura del Estado*.

El presente volumen -continúa el autor-, pues, abarca tan sólo la inmediata posguerra. El próximo alcanzará, más o menos, hasta el término de la II Guerra Mundial. Y así sucesivamente.

Ha estallado la paz vuelve a centrarse prácticamente en Gerona, a excepción de los breves viajes que por razón de la historia deben llevarnos fuera de la ciudad catalana, y la novela se teje en torno a los mismos personajes que ya conocemos sobradamente (de entre los cuales se exceptúan, naturalmente, aquellos a los que la muerte sorprendió en aconteceres pasados y narrados en las novelas anteriores o aquellos otros que se incorporan a la historia y de cuya existencia apenas sí teníamos noticias, por haber aparecido sucintamente en las novelas previas, o desconocíamos por completo al ser traídos a la historia por primera vez en esta novela)

De nuevo encontramos, pues, una excelente historia, narrada magistralmente y apoyada sobre un meritorio elenco de personajes, a través de los cuales volvemos a conocer toda la generosidad y miserias que alberga el alma humana, mención especial sobre los cuales merece, por supuesto, Ignacio Alvear, de quien el propio autor señala: sigue con sus dudas, con sus forcejeos en busca de una verdad que lo satisfaga… ¡Qué le vamos a hacer! ¿No es la duda uno de los signos de la época actual? ¿Y no soy yo un hombre de mi tiempo?

Desde este punto de vista: el de la incógnita que late tras cada espíritu humano, las pasiones que lo estremecen, las luchas que lo excitan, la fe que lo mueve, las dudas que lo paralizan, el heroísmo al que lo empujan y los miedos que lo atenazan…, desde ese punto de vista, digo, es la novela, como su autor, rabiosamente actual.

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*El prólogo está fechado en abril de 1966, aclaración que creo necesaria para que el lector sepa el momento, y pueda por tanto aprehender mejor el significado de estas líneas, en que se encuentra el autor cuando las escribe.

viernes, 23 de abril de 2010

Día del libro

Día del libro

Finis Terrae (que comenzó siendo Los libros de S. Cid) no podía dejar pasar este día sin decir ni mu sobre él, así que, aunque un poquito tarde, pero dentro de las 24 horas que conforman el 23 de abril, aún estoy a tiempo de traer hasta el blog un par de vídeos que he utilizado para celebrar el día del libro con mis alumnos ;-)








Saludos, amigos, y buen fin de semana.

S. Cid

El mundo "en" un pañuelo

El mundo en un pañuelo

El Reglamento de Régimen Interno de mi colegio prohíbe, como el del Instituto Camilo José Cela, llevar cualquier prenda que cubra la cabeza dentro del centro. Si en algún momento se planteara un caso como el que recorre los medios de comunicación estos días, también yo, como se ha hecho en el Instituto de Pozuelo, votaría en contra de cambiar la norma; aunque yo no formo parte del Consejo Escolar, y vaya usted a saber lo que votaría el de mi colegio...

Está muy bien eso de que la Sra. Aguirre respalda al Instituto (faltaría que no lo hiciera, vamos), pero es insuficiente. A la Asociación de Padres no se le puede pedir más que el respaldo, pero a toda una Presidente (perdón, Bibi, quise decir Presidenta) de la Comunidad de Madrid, hay que pedirle mucho más: no, doña Esperanza, decir que se apoya la decisión que toma un Instituto de mantener su RRI no es suficiente, no en este caso en que el asunto del que se trata empuja a la mujer tres pasos por detrás del hombre y la somete a su voluntad. Para Bibianas y Gabilondos, ya tenemos a las Bibianas y Gabilondos de ZP:

Gabilondo: "En una sociedad aconfesional, dijo, no es lo mismo una identificación para un colectivo, como el crucifijo en el aula, que una seña de identidad particular y personal como el velo islámico", según Gabilondo, que ha precisado que esta seña "no atenta contra los demás".

¿Creerá este tipo que todos los que lo hemos escuchado fuimos educados con el magnífico sistema educativo auspiciado, implantado, protegido y mantenido por su PSOE? Que no, Sr. Gabilondo, que todavía quedamos muchos a salvo de la Logse y que, por tanto, entendemos el español. Por ello puedo decirle que no me traiga el crucifijo a colación y lo meta estúpidamente en el asunto. La cuestión no es si un grupo de personas se identifica de forma colectiva o no con un símbolo, ni si el velo es una seña de identidad particular y personal. La cuestión es que ese velo es una pesada losa para la mujer que tiene que sufrirlo. Y si, tal y como usted dice, el derecho a la Educación debe primar por encima de cualquier RRI, utilícela para enseñarle a esa pobre niña de 16 años que no es inferior a su padre, a su hermano ni a su futuro marido por el hecho de haber nacido con unos cromosomas XX.

Y, además, Sr. Gabilondo, ese velo sí atenta contra los demás. Al menos atenta contra mí, puesto que con él desembarca en la sociedad, la cultura y el mundo en el que vivo una horrible ofensa contra mi sexo que no estoy dispuesta a admitir en mi país. Váyase usted y llévese a su mujer y sus hijas (caso de tenerlas) a Arabia Saudí, donde podrán todas ellas vestir el burka con especial devoción y entusiasmo, pero ¡aquí no!

En cuanto a Bibi..., uuuuffff, Bibi...: No me gusta ningún velo, pero desde luego entiendo que este debate requiere ser abordado desde el respeto, desde la reflexión, desde el diálogo y teniendo en cuenta que es un debate muy complejo y que, desde luego, hay que tomárselo con sosiego, con tranquilidad y huyendo del oportunismo, como decía, y de la demagogia, que es probablemente lo que se está haciendo en este momento.

¿No les parece un poco timorata en sus declaraciones? A lo mejor es por esto. Claro..., así sí se empiezan a entender las cosas... Y es que lo de ser miembra del gobierno, jugando a ser feminista, está muy bien porque tiene una un sueldo más que majo, además de asegurado, en esta España de los 5 millones sin empleo de ZP. Y, claro, más vale ser precavida no vaya a ser que por hablar demasiado pierda el puesto y, además de quedarse en paro, no acumule los pocos añitos necesarios para luego cobrar la pensión.

miércoles, 21 de abril de 2010

El fuego de Vesta

El fuego de Vesta

Cuando Pat me invitó a pasar las vacaciones de Pascua en Wellow, no lo dudé. Necesitaba alejarme de Londres unos días, así que tomé el tren para Bath en cuya estación me esperaba mi amiga.

Aquella tarde, mientras merendábamos en el salón de té de mistress Evans, Pat aprovechó para interesarse por mi vida amorosa:
–No puedes negarlo, querida, se adivina en tu mirada.
–Tampoco afirmo nada, Pat.
–Estás enamorada. Lo sé.
Un terrible alboroto en la calle nos interrumpió. A través del ventanal observamos cómo un joven y un anciano reñían furiosamente.
–Aléjate de mi hija. Si vuelvo a verte rondándola, te mataré.
–¡Qué extraño! –susurró Pat–. Jamás he visto al viejo Charman pelear con nadie.
–¿Quién es el joven?
–James Helthman, el novio de su hija.

Aquella noche apenas pude dormir. Exasperada tras horas de insomnio, me levanté y, asomada a la ventana, aspiré la tranquila quietud de Wellow. Sin embargo, el sonido de un coche acelerado con fiereza rompió el silencio. Lo vi pasar veloz y desaparecer tras la esquina.

Por la mañana, mareada por la mala noche, salí a pasear para despejarme. Frente a la casa de Pat, una vecina lloraba el destrozo que un auto había ocasionado en su jardín. Observé con pena que no le faltaba razón: una larga huella de neumático recorría el césped y había aplastado los macizos de flores. Recordé el coche que había rasgado el silencio, compañero de mi desvelo, pero puesto que me resultaba imposible identificar al desalmado conductor, continué con mi paseo.

Al volver a casa, Pat me esperaba con la noticia:
–Wellow hierve de excitación, Kate. La hija de Charman ha desaparecido y la policía está totalmente desconcertada.

Unas horas después, sin embargo, supimos que James Helthman había sido detenido. En su poder encontraron una nota muy comprometedora en la que Helthman se citaba con la chica en la estación de Bristol y dos billetes de tren con destino a Plymouth.
–¿No es romántico, Kate? Evidentemente pensaban huir juntos.
–Pero…, ¿detenido? –me pregunté. En su arrebato romántico, Pat no había reparado en ello, pero yo no podía dejar de asombrarme ante el hecho de que la policía considerara delito huir con una joven mayor de edad.

Al día siguiente, mistress Evans nos informó mientras preparaba el té:
–Ayer por la tarde Jamie Helthman fue conducido hasta Bristol para que se encontrara con Jane, pero la chica no acudió a la cita; de modo que ahora lo acusan de asesinato.
–¿Asesinato? –preguntó Pat.
–Claro, querida. Jane ha desaparecido y nadie entiende el motivo, salvo porque…
–Él la haya matado –aseveré–. Sin embargo…, es absurdo.
–¿Por qué, miss West?
–¿No estaban enamorados? –pregunté. Mistress Evans alzó la cabeza un instante y miró a su alrededor. Luego, bajando la voz, dijo:
–Se ha corrido la voz de que estaba embarazada…
–Con mayor razón… –afirmé–. Es absurdo…
–Oh, vamos, Kate –me interrumpió Pat–. No es lo mismo correr una aventura con una bella joven que…
–¡Patricia Florey –una voz estentórea sonó a nuestra espalda–, no utilices la bella voz que Dios te dio para levantar rumores contra el prójimo!
Un hombre corpulento que se hallaba detrás de nosotros miraba a Pat severamente.
–¡Reverendo Murray! No lo había oído llegar.
–No lo dudo, jovencita. De otro modo…., seguramente hubieras medido tus palabras.
–Sólo charlábamos, reverendo –intervino mistress Evans–, sin ánimo de perjudicar a nadie.
¡No salga de vuestra boca palabra viciada, sino palabras buenas! Menos charlatanería y más lectura de los textos sagrados.

Wellow llevaba dos días rumoreando y yo, aburrida, salí de nuevo a pasear. El camino avanzaba serpenteante y, aunque embarrado por la lluvia, las profundas rodadas que lo recorrían facilitaban mi marcha que, no obstante, algo en mi cabeza ralentizaba. Sin saber de qué se trataba, en realidad, mi cerebro tocaba campanas de alarma. Repentinamente, la llovizna arreció. Miré alrededor en busca de un refugio y descubrí una cabaña que parecía abandonada. Con un leve empujón abrí la puerta y, creyéndome sola, un gemido a mi espalda me asustó. Al girarme, descubrí a una jovencita desmayada sobre un diván que musitaba incesantemente el nombre de Jamie. El azar me había conducido hasta Jane Charman.

La joven, trasladada de inmediato al hospital de Bath, no pudo dar pista alguna debido al estado narcotizado en que se encontraba. Sin embargo, al relatar yo el nombre brotado de sus labios, la sospecha sobre Helthman se acrecentó.

Dos días después, camino del salón de té, sorprendí esta conversación a las puertas del taller:
–Vamos, Peter, ¿está listo el auto? Quiero ir a ver a Jane al hospital.
–Aún no, Charman.
–Yo le acercaré. Voy de camino.
La voz del reverendo sonó potente a través de la ventanilla de su auto.
–Gracias, reverendo. Me hace usted un favor.
Me aparté cuando el coche giró delante de mí para incorporarse a la calzada...

Corrí en busca de un teléfono público y afortunadamente, en el hospital de Bath, un policía disfrazado de enfermero detuvo la mano que pretendía inyectar aire en el tubo que conducía el suero hasta la vena de Jane Charman. Por fortuna, mi advertencia había llegado a tiempo y logró evitar el asesinato que el reverendo Murray quería cometer.

–¿Cómo lo supiste? –preguntó Pat mientras ella y mistress Evans me miraban asombradas.
–Cuando el coche del reverendo avanzó sobre la gravilla frente al taller donde recogió a Charman, observé las huellas que dejaron sus neumáticos. Eran las mismas que grabó sobre el césped de tu vecina el auto que mi primera noche en Wellow destrozó su jardín, e idénticas a las extrañas huellas que observé en las rodadas del camino que me condujo a la cabaña donde hallé a Jane.
–¿Por qué querría matarla?
–No tenía otra salida –dije–. En cuanto ella despertara…, hablaría.
–Pero ¿por qué secuestrarla?
–Sin duda porque, embarazada la virgen por la que él velaba, no le cupo otra idea que emparedarla como a una vestal sorprendida en flagrante atentado contra su voto de castidad.

martes, 20 de abril de 2010

Botín y yo

Botín y yo

¡Quién iba a decirme a mí que un día llegaría a sentirme cual Botín! Que yo, pobre humana traída a este mundo en simple carne mortal, ascendería a los cielos y compartiría el Olimpo de los semidioses, hijos de Mammon.

Sí, por obra y gracia del señor ZP, a partir del próximo verano, cada vez que compre algo, podré sentirme cual Koplowitz sabiedo que, igual que ellas, igualito, igualito, estaré pagando la misma subida del IVA que a todos, sin importarle un comino tu situación económica, nos va a imponer el impróbo e injusto ZP.

Por supuesto, no se volverá atrás (menuda soberbia le asiste, como para admitir que ha cometido un error y desfacer los entuertos a los que nos conduce), pero si quieres meterle el dedo en el ojo y molestarle un rato, puedes firmar aquí. Veremos si así, él también, tal y como reprochaba a Aznar, gobierna de espaldas al pueblo o qué.



lunes, 19 de abril de 2010

Un millón de muertos

Un millón de muertos (José María Gironella)

Continuación de Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos es tan buena novela como aquélla. Abarca ésta, sin embargo, el periodo en el que transcurre la Guerra Civil y pasea por escenarios más diversos que los que nos ofrece la primera novela, necesarios, al fin, para dibujar con ellos un mejor retrato de lo que acaeció en esos años.

En esta serie de novelas, pensadas en un principio para conformar una trilogía, pero extendidas después más allá, Gironella persigue un objetivo que supera con mucho el de la simple narración de una historia. Él mismo, en la “Aclaración indispensable” con que abre la novela, lo dice cuando afirma: Mi propósito ha sido dar una visión panorámica, lo más cancelante* posible, de lo que fue y significó nuestra contienda. Ahora bien, la empresa parece resultarle al autor ciertamente dificultosa en cuanto al posible subjetivismo con el que tal intención pueda ser llevada a cabo. Y, así, vemos cómo Gironella se lo pregunta en esta misma “Aclaración indispensable”: ¿Cómo hacer compatible mi actitud previa, mi opinión, con la imparcialidad, con la deseada e indispensable imparcialidad? No necesita el lector buscar respuestas a esta pregunta, pues el propio autor se contesta tras lanzar ese interrogante: Valiéndome de la perspectiva en el tiempo y en el espacio, de la morosa confrontación de datos, y del amor. Y a fe que lo consigue.

Sin embargo, no es ésta razón única que mueve a Gironella a escribir tan magna obra. Algún otro motivo ronda las ochocientas páginas que la conforman, si bien el autor, franco desde el principio, no lo oculta al posible lector: Un millón de muertos pretende ser una respuesta ordenada y metódica a varias obras escritas fuera de España y que han tenido influencia decisiva sobre el concepto que los lectores de Europa y de América se han forjado de nuestra guerra. Tales obras son: L’Espoir, de Malraux; ¿Por quién doblan las campanas?, de Hemingway; Un testamento español, de Koestler; Les grands cimetières sour la lune, de Bernanos, y la trilogía de Arturo Barea, La Forja, La Ruta y La Llama. Dichas obras, aparte los valores literarios que puedan contener, no resisten un análisis profundo. Parcelan a capricho el drama de nuestra patria, rebosan de folklores y en el momento de enfrentarse resueltamente con el tema, con su magnitud, esconden el rabo. A menudo pecan de injustas, de arbitrarias y producen en el lector una notoria sensación de incomodidad.

No añado, pues, nada de mi cosecha. Ya todo lo ha dicho el autor, que incluso aclara el porqué del título: El título de la obra, Un millón de muertos, podría llamar a engaño. Porque la verdad es que las víctimas, los muertos efectivos, los cuerpos muertos, en los frentes y en la retaguardia, sumaron, aproximadamente, quinientos mil. He puesto un millón porque incluyo, entre los muertos, a los homicidas, a todos cuantos, poseídos del odio, mataron su piedad, mataron su propio espíritu.

Y yo, que apenas unas líneas más arriba pretendía no añadir nada nacido de la impresión propia, no puedo, sin embargo, resistir la necesidad imperiosa de aclarar que, cincuenta años después de que fuera escrita, me incluyo entre ese millón de muertos con que se titula la novela, porque, a pesar del medio siglo transcurrido, la lucha fratricida se sigue produciendo con el borrón desvergonzado de lo que no gusta y una suerte de sectarismo ciego que más daño procura que otra cosa.

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*La negrita es mía. Me he atrevido a señalar esta palabra por lo mucho que me ha llamado la atención su uso en esta declaración de intenciones que hace Gironella.

viernes, 16 de abril de 2010

Lynch o el Estado de derecho

Lynch o el Estado de derecho

La pasada Navidad, uno de los regalos de Reyes que recibí fue un libro que, con el título de Los relatos del padre Brown, recoge todos los misterios, robos y asesinatos que este detective, de naturaleza singular, resolvió bajo la dirección de la batuta con que la preclara mente de Chesterton iba ideando los casos en que se veía envuelto este sacerdote sui géneris. Ando casi desde el día en que recibí el regalo entretenida con su lectura -que camina lenta, sin embargo, pues sólo me solazo con ella a razón de un par de historias cada fin de semana- y alguna vez, cuando lo termine, traeré hasta estas páginas el consabido comentario.

Hoy he entretenido parte de la tarde con la lectura del relato titulado La flecha del cielo, en el que el padre Brown investiga la historia de la copa cóptica (un extraño cáliz con incrustaciones de piedras preciosas) y los dos crímenes (ambos con el resultado de muerte para los millonarios propietarios de la copa) relacionados con ella. Para cuando nuestro sagaz sacerdote se hace cargo del caso, un tercer millonario, de nombre Merton y nuevo propietario del extraño cáliz, se halla recluido en una fortaleza inexpugnable a causa de las amenazas proferidas por un tal Daniel Doom, supuesto autor de los crímenes anteriores y amenaza latente para el pobre Merton, cuya seguridad, además de confiada a la inaccesibilidad de la fortaleza en la que habita, se haya depositada en el buen hacer de un tal Wilton, secretario de Merton muy interesado en conservar la vida de su jefe no sólo porque tal es su trabajo sino porque, según él mismo cuenta al padre Brown, le asisten motivos personales al ser el tal Daniel Doom no sólo quien supuestamente asesinó a los dos propietarios anteriores del caliz y amenaza con matar a Merton, sino que es también quien mató a su propio padre, su tío y, además, arruinó a su madre.

Los sistemas de protección fracasan, sin embargo, y una vez recorridas las páginas necesarias para, una vez asesinado Merton, llegar al punto de la historia en que ésta roza casi su final, se alcanza el momento en el que el padre Brown expone a un grupo de personas, relacionadas de una u otra forma con el caso, sus descubrimientos:
-Caballeros -dijo- ustedes mismos me pidieron que desentrañase la verdad de este misterio; y ahora que la he descubierto tengo que contársela sin tratar de amortiguar el golpe. [...] Escuchen, acabo de tener noticias de Wilton por teléfono, y me ha dado permiso para darles una noticia muy seria. A estas alturas supongo que ya sabrán quién era Wilton y qué era lo que buscaba.
-Sé que buscaba a Daniel Doom y que no descansará hasta encontrarlo, y he oído contar que es el hijo del viejo Horder y que busca venganza. En cualquier caso, no hay duda de que está tras la pista del tal Doom.
-Pues bien -dijo el padre Brown-, ya lo ha encontrado.
-¡El asesino! -gritó-. ¿Está el asesino entre rejas?
-No -dijo el padre Brown con solemnidad-; les he dicho que era una noticia muy seria y es mucho más seria que eso. Me temo que el pobre Wilton ha adquirido una terrible responsabilidad. Me temo que ha arrojado una terrible responsabilidad sobre nosotros. Persiguió al criminal y, cuando por fin consiguió acorralarlo..., se tomó la justicia por su propia mano.
-Insinúa usted que Daniel Doom... -empezó el abogado.
-Lo que digo es que Daniel Doom está muerto -dijo el cura-. Hubo una pelea violenta y Wilton lo mató.
-Se lo tenía bien merecido -gruñó Hickory Crake.
-No puedo culpar a Wilton por acabar con un granuja semejante, sobre todo teniendo en cuenta su crimen -asintió Wain-. Ha sido como pisotear a una víbora.
-No estoy de acuerdo con ustedes -dijo el padre Brown-. Ya sé que todos empleamos argumentos románticos en defensa de los linchamientos y de la justicia al margen de la ley, pero tengo la sospecha de que si perdemos nuestras leyes no tardaremos en lamentarlo. Además, me parece ilógico decir que Wilton tenía sus motivos para cometer un asesinato sin preguntar siquiera si Doom tenía también los suyos [...]
-¡Oh!, no soporto esta cháchara sentimental para excusar a un canalla inútil y asesino -gritó Wain muy acalordo-. Si Wilton ha liquidado a ese criminal, bien hecho está, y no se hable más.
-Cierto, cierto -dijo su tío asintiendo con la cabeza.
El rostro del padre Brown se había puesto todavía más serio mientras escrutaba el semicírculo de caras.
-¿Es eso lo que piensan de verdad?

La lectura de esta historia ha traído hasta mi mente los últimos acontecimientos con los que las fuerzas vivas de esta pobre nación están empujando nuestra inteligencia fuera de los límites admisibles para todo aquel que se precie de no ser estúpido. Muchos son los ejemplos que se podrían traer a colación para corroborar que estoy en lo cierto cuando afirmo que nos tienen por idiotas, pero basta con echar un vistazo a los titulares de los periódicos de estos últimos días y elegir el que ocupa la actualidad de portadas y titulares. Sí, me refiero al follón que, a cuenta de Garzón, están montando aquellos que parecen no tener otra meta en la vida que la de malquistar la sociedad española e indisponer los ánimos, aunque ya amortiguados aún dolientes, de unos y otros.

Sí, hace daño que te tomen por estúpido:

-El País 2010.
-El País 1994.


También hace daño a las mentes libres de rémoras ideologizadas por el odio y el rencor tener que sufrir constantemente los inmoderados juicios, rebosantes de fanatismo intransigente y faltos de toda equidad, de aquellos para quienes rige la ley del embudo, adoptando ellos, naturalmente, la parte ancha y dejando a los demás la estrecha: en el manifiesto de apoyo a Garzón, los sindicatos acusan al Tribunal Supremo de admitir "querellas interpuestas por grupos ultraderechistas, alegando una supuesta prevaricación".

Si es o no prevaricación la que cometió Garzón (que es por lo que se le juzga: querer hacer suyo un caso para el que no tenía competencia, y no porque se pretenda defender el franquismo) lo dirán los tribunales. Pero negar el derecho a presentar queja ante la Justicia porque se sea de ultraderechas es negar la esencia misma del Estado de derecho. Si Falange, que hasta el momento no ha sido declarada ilegal, es desposeída por razón de su ideología de un derecho del que otros partidos y asociaciones sí gozan..., entonces no queda más que decir que la democracia española ha sufrido un proceso de alienación tan brutal que ha transformado su ser hasta hacerlo diametralmente contradictorio con lo que proclama ser. Puede, pues, el lector, comenzar a llamar a las puertas de la embajada que ha de cobijarle, pues la protección que otorga el Estado de derecho, cuyo amparo podía reclamar cualquier ciudadano, se habrá enajenado en favor de una ideología que ha sabido hacerse con la fama, logrando que los que no piensan como ella carden la lana.

Si no se aspira a unas reglas que sean siempre las mismas y a una Justicia equitativa por razón de ideología, apaga y vámonos. La flecha del cielo ilustra con claridad lo que quiero decir:
-En fin -dijo el padre Brown con un suspiro-, supongo que perdonan el crimen, o el acto de justicia privada, o comoquiera que lo llamen ustedes, cometido por ese desdichado. En ese caso, no le perjudicaré si les digo almo más. [...] Su amigo Merton era Daniel Doom, el hombre que Wilton perseguía porque había asesinado a su padre.
Durante un largo rato nadie respondió.
-Pero ¡Dios mío! -estalló Peter Wain-. ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a decir? ¡Eso cambia las cosas! ¿Qué diremos a los periódicos y a los grandes hombres de negocios? Merton era tan importante como el presidente o el Papa de Roma.
-A mí me parece que hay cierta diferencia -empezó Barnard Blake, el abogado, en voz baja-. La diferencia incluye una absoluta...
El padre Brown golpeó la mesa e hizo tintinear los vasos que había encima.
-¡No! -gritó con una voz como un pistoletazo-. No hay diferencia que valga. Antes tuvieron ocasión de compadecerse del pobre diablo cuando pensaban que era un delincuente común. No quisieron escucharme y todos estuvieron de acuerdo en justificar una venganza particular. A todos les pareció bien que lo asesinaran como a una bestia salvaje sin tener derecho a un juicio justo y dijeron que se lo tenía merecido. Y lo que está bien para Doom también lo está para Merton. Quédense con su bárbara justicia o con nuestra obtusa legalidad, pero, en nombre de Dios Todopoderoso, dejen que la legalidad o la ilegalidad sean equitativas.

He ahí la palabra clave: equidad. Márquense, pues, las reglas que nos hayan de dirigir; pero, sean las que sean, rijan igual para todos.

jueves, 15 de abril de 2010

Pruebas CDI..., continuación

Pruebas CDI..., continuación

Leo en ABC de hoy: "¿Cuánto tiempo necesitarías para escribir a ordenador un millón de letras si eres capaz de escribir 100 letras por minuto?". Es una de las preguntas que respondieron ayer 50.000 alumnos madrileños [...].

Si el lector de estas líneas no estuviera sobre aviso acerca de lo que son las pruebas CDI, puede que no hubiera nada en el párrafo anterior que le llamara la atención. Sin embargo, ayer quedó bien claro que las pruebas CDI las tienen que pasar alumnos de entre 14 y 15 años.

Con esta información, volvemos a leer el problema de matemáticas que se les planteó ayer y nos hacemos una clara idea de cómo están los niveles de nuestra Educación.

Pero..., ahí no acaba la cosa. Visto el problema matemático que se les proponía, cualquiera esperaría que, con ese tipo de preguntas, el aprobado fuera masivo y, sin embargo, si continuamos la lectura de la noticia, encontramos la siguiente información: En 2009 sólo el 32,7 por ciento de los alumnos aprobaron el de matemáticas con una nota media de 3,81. En lengua les fue mejor: un 60,5 por ciento pasó la prueba con una nota de 5,35. Pueden imaginar, entonces, de qué tipo son las preguntas de Lengua...

¡Ay!
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Luego, no puede extrañar la manera sonrojante con que se comunican los adolescentes, y que Sue ha sabido transcribir de manera casi, casi literal en su Cartografía Humana. Lean, lean... y rianse un rato... o lloren.

miércoles, 14 de abril de 2010

Pruebas CDI

Pruebas CDI

Hoy se celebran las pruebas CDI (pruebas de Conocimientos y Destrezas Indispensables) para alumnos de 3º ESO en todos los colegios de la Comunidad de Madrid. En principio, parece un acierto más de los que van jalonando el caminar político de Esperanza Aguirre, ¿no?; y, sin embargo, lo único que ha consiguido con ellos es hacernos la puñeta a los profesores, que no vemos en el asunto más que a un nuevo perro del hortelano... Sí, sí..., ése que ni come ni deja comer. Obviamente, hablo de mi experiencia y fuera quedan, por tanto, todos aquellos centros en los que la enseñanza todavía se toma en serio (cada vez van quedando menos y dentro de poco encontrar uno será tan difícil como hallar la aguja esa perdida en el pajar que todo el mundo busca y nadie encuentra).

Yo, el año pasado, tuve unos resultados excelentes: mis alumnos mostraban unas estadísticas (qué bonito ver aquellas gráficas en las que sobresalían en todo) superiores a los del resto de la Comunidad. Y qué felicidad saber que nadie vendría a echarte la bronca (tampoco vinieron a derramar sobre mi pestorejo sus felicitaciones, que al fin y al cabo el logro era de los alumnos). Y es verdad, el logro era suyo: el año pasado tuve la inmensa suerte de contar con muy buenos terceros que estudiaron todo el año y no tuvieron problema alguno para pasar la chorrada de examen en que consisten las tales pruebas CDI.

El año anterior, sin embargo, (y me temo que también éste), el fracaso fue completo. Los cursos no tiraban y por más que una se ingeniaba para dar las clases amenas (eso es todo lo que les preocupa -a alumnos, padres y dirección del Centro, para que no haya quejas-), no había manera de meterles la sintaxis en ese cerebro vacío de conocimientos que de nada les vale, pero que deben llevar para que el eco que el mundo exterior provoca dentro de sus cráneos no les vuelva locos.

Y es que, volviendo a lo del perro del hortelano, que falta explicarme para que se me entienda bien, dentro de un par de meses repartiremos las notas finales. En ellas, muchos alumnos encontrarán que tienen mi asignatura (como las de otros profesores) aprobada cuando han ido suspendiéndola todo el curso. ¿Y por qué? La razón es sencilla: porque el señor Inspector (dependiente de la Consejería de Educación de la Sr. Aguirre) no admite un porcentaje elevado de suspensos (que irremisiblemente llevan a un porcentaje elevado de gente que no titula), así que ahí te las tienes que maravillar tú, pobre profesor, para buscar subterfugios que te permitan aprobar al alumno (regalar puntos por presentación, por responder a preguntas de vocabulario que ni en Primaria, restar poco por faltas de ortografía, subir por buena actitud, no bajar por la mala...). Y, aun así, cuando llegas a las juntas de evaluación..., algún alumno que tú llevas suspenso te lo aprueban porque sí. Esos alumnos a los que no se puede suspender... son los que luego suspenden las pruebas CDI... de las que, si los resultados son malos, te piden cuentas... a ti.

¡Qué interesante juego en el que nunca gano, siempre pierdo... y que no es sino un engaño estúpido que no vale para nada! Sean felices, padres: los papeles con los resultados que sus hijos les llevan a casa son filfa, pero ustedes sean felices.

Hoy se celebran las pruebas CDI (pruebas de Conocimientos y Destrezas Indispensables) para alumnos de 3º ESO en todos los colegios de la Comunidad de Madrid..., y yo le he prometido unas cuantas velas a San Judas Tadeo si mis estadísticas y gráficas... no difieren mucho de las del resto de la Comunidad.

Saludos, amigos, y buena mañana. Yo... voy a seguir con mis oraciones.

lunes, 12 de abril de 2010

Los cipreses creen en Dios

Los cipreses creen en Dios José Mª Gironella

En el año 2004, mi tía me regaló esta novela (no la que aparece en la foto, sino una edición -en concreto la decimotercera- publicada en 1975) que desde hacía tiempo se encontraba en mi lista de lecturas pendientes. No obstante, y a pesar de tenerla en mi estantería desde el 2004, corrió el tiempo sin que la pobre avanzara posiciones en la cola y no fue hasta el pasado puente de la Inmaculada que la llevé conmigo... y la leí del tirón. Me entusiasmó tanto, que no dejé pasar mucho tiempo sin que viniera detrás la lectura de las novelas que la continúan y cuyo comentario aparecerá por aquí próximamente.

En esta primera parte de la trilogía (convertida después por el autor en una tetralogía al añadir Los hombres lloran solos), Gironella nos presenta a los que van a ser los protagonistas indiscutibles de la novela: la familia Alvear, con el hijo mayor, Ignacio, a la cabeza de todos así como el sinfín de personajes "secundarios" que los rodean y que van a ir conformando la sociedad de Gerona, ciudad donde el autor decidió que transcurriera la historia, en los años inmediatamente anteriores al estallido de la Guerra Civil.

La novela está magníficamente escrita y, merced a la multitud de personajes, de variado pelaje, múltiples ideologías y diversas formas de entender y valorar la vida con que juega Gironella, el autor consigue una estampa, real sin duda y tremendamente dura, de lo que debió de ser el momento. El retrato de la época que logra pergeñar Gironella debería ser de obligado estudio para los españoles. Con ello, se desfacerían entuertos y, además, todas las falacias históricas que se han construido respecto del asunto al albur de la ignorancia del vulgo serían condenadas sin la menor duda a consumirse entre las llamas del averno.

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Enlace a Un millón de muertos.
Enlace a Ha estallado de la paz.

sábado, 10 de abril de 2010

Avatar

Avatar

Uno de los días de la recientemente pasada Semana Santa, finalmente fui a ver la película Avatar, aunque aún no sé si lo hice porque, siendo yo uno de los pocos humanos que aún no la habían visto, andaba deseosa de sacudirme el halo de bicho raro que me señalaba como tal, o quizá porque utilicé la película a modo de excusa para salir una noche a cenar y después ir al cine. Me da en el olfato que anduvieron mis deseos más por la segunda causa que por la primera, pero vaya usted a saber en realidad cuál fue la verdadera motivación.

El caso es que aquí estoy, con una entrada que escribir bajo el título Avatar... al qué podría haber añadido el subtítulo: o nada nuevo bajo el sol, visto que el argumento de la película no esconde un sólo fotograma que pueda resultar inesperado al espectador, y leído este comentario que no aporta ninguna nueva idea a las que ya se han publicado sobre esta película.

Abreviando la entrada, que no está la vida para ir perdiendo el tiempo con las chorradas que se me ocurran escribir, con todo lo bueno que hay por ahí fuera esperando ser leído, como conclusión diré que la película no está mal, pero tampoco es una obra de arte que uno no pueda perderse (se puede vivir muy bien sin haberla visto -y no por ello es uno un bicho raro) y, por otra parte, el impacto que puede causar el 3D se reduce a unas cuantas escenas o momentos de la película, cuyo carácter tridimensional me pasó (¿seré un bicho raro, esta vez sí, por ello?) casi desapercibido.

jueves, 8 de abril de 2010

Bertrand du Guesclin

Bertrand du Guesclin

Esta noche me siento un poco Bertrand y yo, como él, exclamo: ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor; que se traduce por: yo publicarla, no la publico; pero sí pongo el enlace para que os solacéis un rato con la foto..., jejeje...

De padre ejemplar, vástagos ejemplares o, más coloquialmente: de padre gato, hijos michines: pulsa aquí.

Para más información: esta vez pulsa aquí.

Y para leer un texto con enjundia y solidez argumental: pulsa aquí ahora.

miércoles, 7 de abril de 2010

CC

CC

El lector avispado, y todos los asiduos a Finis Terrae lo son, recordará que ya ha pasado por un título similar al que hoy presenta la entrada, solo que con una sola C. En aquella ocasión, el 6 de octubre del pasado año, esa C hacía referencia al número de entradas que con ella llevaba publicadas el blog: cien, naturalmente. La doble CC de hoy bien podría hacer referencia al número de entradas que con ésta que el lector está leyendo se cumple: 200... Pero, no, en realidad esa doble C hace referencia al título de la entrada de hoy que es, ni más ni menos, que el que sigue:

Cuánto Cretino

El pasado 29 de marzo, aunque con la fecha un poco trampeada, publiqué una entrada en la que había subido unas fotos que tomé durante mi excursión a Toledo. Entre ellas, se encontraba una a la que acompañaba un comentario ciertamente sarcástico. La foto era ésta:


y el comentario que la presentaba: "Sorprende que algo como esto pueda seguir viéndose en la España de hoy... Será que ha pasado desapercibido a los comisarios zapateriles."

Pues bien, lo que no era sino una ironía se ha convertido en pura y dura realidad en esta España incongruente dirigida por sectarios como el tal ZP y su panda de ciegos prosélitos. Paseando por el blog de Elentir, encuentro esta noticia. Será que en Extremadura son más fanáticos intransigentes que en Toledo (lo cual no me extraña absolutamente nada) o que va a ser verdad lo que decía en mi frase sarcástica de ahí arriba y lo único que ocurre con los escudos de Toledo es que todavía no se han percatado de su existencia los comisarios zapateriles.

lunes, 5 de abril de 2010

En bicicleta II

En bicicleta II

Alcanzamos, por fin, la meta fijada: un pueblo vecino, pues hoy no habremos de ir más allá y dejaremos para otro día la visita al monasterio de Santa Juana, que en nuestro paseo de ayer atisbamos desde lo alto de la loma pero sin decidirnos a emprender la bajada. Tenemos intención de ir allá con más tiempo, merendar y solazarnos con un buen día de campo. Ahora, sin embargo, se impone aguzar los sentidos. Atrás hemos dejado los caminos rurales y nos hemos adentrado en las calles donde el tráfico puede jugarnos una mala pasada. Con mil ojos miramos a izquierda y derecha, y al poco de callejear hemos girado la orientación con que ruedan nuestras bicis, que enfilan ahora el camino de vuelta. Un pequeño repecho asfaltado donde acaba el pueblo aparece ante nosotros, pero antes de atacarlo paramos un instante: a nuestra izquierda ofrece sus servicios uno de los restaurantes más bonitos (y más caros) de la comarca. Por los cinco euros -de emergencia- que llevo en el bolsillo, aquí el camarero no me daría ni un vaso de agua. Afortunadamente, aún está a medias la botella que va enganchada al cuadro de la bici y no necesito hacer frente a estipendios tan elevados por líquido tan simple ;-). Si bien..., no desdeño sus insinuaciones que, lo confieso sin rubor, desde hace tiempo me llaman a gastar en lugar tan bello parte de mi sucinto salario y hoy, quizá impulsada por este milagro primaveral con que la vida tan generosamente se ha regalado ante mis ojos, me he prometido que aquí he de venir a celebrar el último pago de la hipoteca que me tiene esclavizada al banco cuando este momento, sin duda importante en la vida del pobre hipotecado, me llegue.

Se estrecha la vereda de vuelta y comienza el sol a declinar, cubriendo con sombras parte del camino, pero no por ello dejamos de disfrutar el paseo. A veces, salen a nuestro encuentro ladridos de perros que nos acompañan durante unos metros en nuestro -ahora ya un poco- cansino pedalear, aunque afortunadamente lo hacen desde el interior de las vallas que rodean los jardines que han de guardar. Alternamos estos instantes de sonoras voces caninas con momentos en que sólo se escucha el rasguear de nuestras ruedas sobre la tierra y las piedras del camino. Y sorprendemos, de vez en cuando, voces que nos llegan sin ser tal vez conscientes de nuestra presencia: a derecha e izquierda se ofrecen a la vista casas cuyos jardines hablan -unos, entre susurros; otros, tan alto que su volumen rompe la quietud del lugar- con las voces de los vecinos que pasan la tarde entre la escasa sombra de los árboles aún no florecidos. En uno de ellos, por cierto, no puedo sino parar un instante y registrar en mi cámara, para la posteridad, un ejemplar bovino que sin duda pisó las calles de esta ciudad mía, cuyas aceras y jardines no hace mucho se llenaron con ejemplares como éste que ahora aparece tras la valla de una casa rural.

Casi sin resuello después de haber pedaleado durante largo rato, apoyo el pie en el suelo y me detengo para tomar aliento. Observo el paisaje, muy verde tras estos meses tan lluviosos, y de repente viene la Fortuna a sonreírme: a lo lejos diviso un conejo saltarín seguido por un par de gazapos, que son sus crías, sin duda, también nacidas al amor de esta providente primavera. Me han visto y sin quitarme ojo se quedan quietos. Yo no pierdo el tiempo: deprisa echo mano a la cámara y enfoco. ¡Maldita sea! El zoom es demasiado corto para alcanzar a hacer una foto provechosa. Desvanecida la esperanza de lograrla, vuelvo la cámara al morral sin dejar de mirar el objeto de mis deseos fotográficos. Un nuevo salto repentino, empero, los quita de mi vista. Como si la tierra se hubiera abierto bajo sus pies, los tres conejos han desaparecido en las entrañas del Planeta. No hay que ser muy listo para deducirlo: allí está su madriguera. Sin quitar la vista un instante del lugar donde han desaparecido a fin de no perderlo en aquel mar de verdes olas, le grito a mi amiga el descubrimiento y juntas corremos al encuentro del punto exacto donde creemos que ha de encontrarse la conejera. Y no nos equivocamos. Dejamos las bicis tumbadas sobre la hierba, a unos metros del lugar, y nos acercamos con calma. A pesar de la oscuridad que cubre las aberturas, acertamos a descubrir un conejo que, asomado el hocico con el que husmea, al vernos, echa hacia atrás y se refugia de nuevo en el interior de su cueva. Son afortunados, pues han ido a topar no con cazadores, sino con dos curiosas que sólo se maravillan ante lo que ofrece la naturaleza. Mi amiga y yo nos limitamos a dar vueltas por la madriguera, observar las distintas entradas con las que cuenta y fotografiar algunas de ellas.

Sí, sin duda con la primavera despiertan los seres dormidos y se activa todo aquello que durante el otoño y el invierno permaneció en stand-by a la espera de que llegara esta época. Se generan entonces imágenes que guarda celosa la retina, como las que he traído hoy hasta aquí, aunque a veces se produzcan interferencias y una, cuando levanta la vista, se encuentra con que allá..., a lo lejos..., hay cosas que nunca cambian: la vida a la que, tras estos días de asueto, habrá de volverse. Pero, mientras el trascurso de los minutos no nos haya devuelto a ese páramo existencial, mejor volvemos atrás en el tiempo y retomamos el paseo, para lo cual, y merced a los poderes que emanan de este blog, tan sólo es necesario pinchar aquí.

sábado, 3 de abril de 2010

En bicicleta I

En bicicleta I

Como os decía u os diré -depende del momento de lectura en el que te encuentres, lector-, la primavera, este renacer que se repite año tras año, es tiempo de renovación, un mini Big Bang con el que los campos se llenan de vida, la tierra se vuelve del color verde esperanza y el sol inunda los caminos de luz y calor, lo que invita al paseo y al disfrute de este estallido de vida, colores y olores. Qué grata sensación y qué libertad más absoluta la que goza aquél que, lanzándose a la aventura, abandona durante unas horas la placidez artificial del sillón y la cambia por el duro sillín de una máquina que se desliza, a golpe de pedal, impulsada por el esfuerzo y mojada con el sudor, sobre dos ruedas.

¡Qué gran invento, el de la bicicleta! Y qué suerte la mía que, tras dos sorteos en los que los favorecidos por la suerte no se dignaron acudir a reclamar su premio, obtuvo mi boleto la mirada de Fortuna y, con ella, fue el elegido a la tercera. He aquí el producto de aquella rifa en que, dos décadas hace ya de aquello, conseguí mi fiel bicicleta. Con ella he disfrutado mucho por las calles de Madrid (hasta que un taxi traidor me asustó tanto con una de sus pirulas en la plaza de Manuel Becerra, que abandonamos desde entonces el asfalto y dejamos el disfrute para sendas más tranquilas) y paseando por caminos de tierra, como el que hoy viene hasta aquí, de la mano de mi torple pluma y acompañado de mis fotos caseras. Emprendido en la gustosa compañía de una amiga, tomamos nuestras bicis y nos lanzamos a pedalear por las veredas que atraviesan campos de labor e infructuosas extensiones de terreno, baldías al ojo perezoso, mas llenas de vida para aquél que presta atención y las observa con mirada escrutadora y, sobre todo, grandes dosis de paciencia.

Comienzo mi relato cuando nuestras espaldas es lo único que podrían ver si acaso alguien en el pueblo tuviera algún interés en mirarnos. Hace ya rato que dejamos atrás el pueblo y la carretera, y pedaleamos por caminos de tierra, de modo que no llegan hasta nosotros ni el ronroneo de los motores ni los sonidos urbanos. A un lado y otro se extienden praderas cubiertas del que hoy es verde cereal y que mañana, empero, merced a la fructífera acción del sol, dorará los campos que parecen, desde el camino por el que corremos, casi infinitos mares de aguas esmeraldas si no fuera porque se ven bordeadas sus lindes con una atrayente arboleda por la cual quisiéramos adentrarnos, y que sin embargo nos vemos obligadas a orillar, pues nuestro destino nos conduce por caminos que no son ése.

Tras largo correr con nuestras bicis sin que un alma se haya cruzado con nosotros, el camino da en atravesar una zona arbolada a cuyos lados se alinean casas ocultas entre el agradable frescor de las enredaderas con que cubren las vallas que las rodean. Una vez tomada la nueva senda, atrás queda la muda naturaleza que nos habló con su silencio y frente a nosotros se ofrece la vuelta a la creación humana, obra, sin duda, de menor vastedad pero no por ello de inferior belleza. Sorprende, de hecho, la capacidad de algunos que saben cómo disfrutar de la vida y no han dudado en abandonar los angostos palomares en que se han convertido las ciudades donde mal vivimos por lugares de agradable apariencia y que han de ser, sin duda, bálsamo singular para el alma. Me detengo un momento y sin bajarme, sólo apoyando el pie sobre la tierra por la que zigzagueaba mi bici hace un instante, observo la casa cuya foto acompaña estas líneas e imagino cuán afortunados deben de ser sus habitantes, ajenos al mundanal ruido que tan lejos queda de aquí.
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Continuará...

Belén 2013

Belén 2011